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La ola emancipadora avanza en la región

Por Alejandro Goldín

El triunfo de Pedro Castillo por sobre Keiko Fujimori es una ladrillo más en la pared para frenar el avance de la globalización neoliberal en Sudamérica y detener el incremento de la desigualdad, de la pobreza y de la indigencia. El derrame nunca llegó y la mayoría del Pueblo se hartó.

 

 

 

El candidato de la izquierda, Pedro Castillo, es el nuevo Presidente de Perú. Se impuso a la ultra derechista Keiko Fujimori por un poco más de setenta mil votos en un balotaje en el que no había media tintas: o se elegía a un docente marxista o a la heredera de un genocida que reivindica a su padre y que además prometía que de llegar al Gobierno lo amnistiaría. Una segunda vuelta que exhibió un país partido al medio en el que por muy poco, casi nada, el Perú serrano, selvático y rural derrotó a la minoría que se vio favorecida por el incremento de la explotación minera y del incremento de los precios de esos comodities. En gran medida son habitantes de Lima, en la que reside el 30% de la población peruana y en el que la derecha obtuvo el 65% de los votos. Sin lugar a dudas para obtener semejante triunfo en su capital, cientos de miles de pobres han votado por sus verdugos, como también ocurre en otras grandes urbes de Sudamérica, porque el peso numérico de los ricos y sectores medios no es tan importante en Perú. Lo mismo ocurrió en buena parte de la región costera.

 

500 AÑOS DE DOMINACIÓN Y 30 DE NEOLIBERALISMO

 

Perú hace décadas que tiene gobiernos de derecha, neoliberales, corruptos y algunos además muy autoritarios y represivos. Comenzó en 1990 cuando al balotaje llegaron dos outsiders de derecha o extrema derecha: el escribidor converso y un empresario anti política de origen japonés. 

La Izquierda Unida, una coalición de fuerzas de izquierda revolucionaria que había llegado a gobernar la alcaldía de Lima entre 1984 y 1987 de la mano del gran dirigente e intelectual Alfonso Barrantes, estaba en crisis, dividida y muy golpeada por la impopularidad de las acciones terroristas de Sendero Luminoso, que había afectado a toda la izquierda peruana aunque nada tuviera que ver con esa organización “polpotiana” que incluso llegó a perseguir, amenazar y asesinar a dirigentes populares.

 

Alberto Fujimori aprovechó el profundo desencanto con el presidente saliente Alan García y el partido Alianza Popular Revolucionaria Estadounidense (APRA) y explotó la desconfianza popular en la identificación de Vargas Llosa con el sistema político peruano existente y la incertidumbre sobre sus planes de reformas económicas neoliberales que finalmente fueron implementadas por él durante sus sucesivos gobiernos entre 1990 y 2000. Si bien tuvo legitimidad de origen porque fue electo por el voto popular, Fujimori, a los dos años de asumir y apoyado por las Fuerzas Armadas, dio un auto golpe, cerró el Congreso y su Gobierno se convirtió en una dictadura cívico militar que implementó el Terrorismo de Estado, asesinando y desapareciendo a miles y miles de personas con la adhesión de una parte importante de la sociedad que estaba en pánico como consecuencia de la violencia y crueldad de Sendero Luminoso. Fujimori no solo fue el emergente de un sistema político absolutamente desprestigiado y de la división de la izquierda marxista y el delirante intento de aplicar la teoría camboyana en territorio incaica. Fujimori fue la expresión en Sudamérica de la globalización neoliberal, de la caída del Muro de Berlín, del triunfo de los Estados Unidos en la Guerra Fría y de su contundente triunfo cultural con el que intentaron convencer a todo el mundo que la historia había finalizado y las ideologías (las de los otros) muerto.

 

Entre el año 2000 y hoy Perú fue Gobernado por fuerzas de derecha, algunas tradicionales y otras no, como las presidencias de Ollanta Humala -que llegó a la Casa de Pizarro con un discurso nacionalista- y también Alan García, el histórico dirigente del APRA, que en su segundo gobierno emuló lo hecho por Carlos Saúl Menem en Argentina entre 1990-1999 y terminó suicidándose cuando estaba por ser detenido por causas de corrupción. Perú sufrió de casi permanentes crisis políticas e institucionales en las que varios presidentes fueron destituidos o renunciaron ante el avance de causas vinculadas con sobornos recibidos de la empresa contratista brasileña Odebrecht. También durante estos veinte años se siguieron aplicando las clásicas recetas ortodoxas económicas neoliberales en la que todo queda librado al mercado a la espera de que el crecimiento derrame. A pesar de la enorme inestabilidad política-institucional, Perú creció mucho por el importante incremento de precios de los minerales y las inversiones en esa área de multinacionales que tenían todo para ganar. Y solamente ganaron ellas y una porción muy pequeña de los peruanos. Porque el crecimiento del PBI fue acompañado por el crecimiento de la desigualdad. La inmensa mayoría perdió. El derramé nunca le llegó.

 

 

LA IMPORTANCIA DE CHOTA

 

Esta vez el estallido del sistema político de Perú -que provocó que ninguna fuerza alcanzara el 20% de los votos en la primera vuelta de la elección presidencial-, tuvo otro tipo de emergente: un dirigente sindical docente que representa un partido político de izquierda revolucionaria, marxista. Pedro Castillo fue una verdadera sorpresa, tanto en Perú como para la mayoría de organizaciones populares y de izquierda de la región que tenían (teníamos) expectativas en Verónika Mendoza, una joven dirigenta de izquierda y feminista que representaba a la coalición progresista “Juntos por Perú”, una fuerza política alineada con el Grupo de Puebla, con la Internacional Progresista. Castillo fue el candidato del Partido Perú Libre, fundado primero en 2007 como Movimiento Político Regional Perú Libre y en 2012 como fuerza nacional Partido Político Nacional Perú Libre. Se define como Marxista-Leninista-Mariateguista y su programa económico social es absolutamente radicalizado y transformador pero al mismo tiempo convive con posiciones  conservadoras sobre derechos individuales, contrarias a la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo y del matrimonio igualitario. Castillo consiguió el apoyo del Perú serrano, selvático y rural, del Perú profundo, indígena y mestizo. Seguramente porque se parece mucho más a su Pueblo y especialmente a esa parte del Pueblo vulnerado, despreciado, discriminado y oprimido que Keiko Fujimori y posiblemente también que Verónika Mendoza -hija del fundador del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de Cusco y de una ex militante del Partido Socialista de Francia, que cuenta con la doble ciudadanía y con un máster en Ciencias Sociales en la Universidad Sorbona Nueva-París 3-. Castillo es oriundo de Chota, capital del distrito y de la provincia homónimos en el departamento de Cajamarca y situada a 2388 sobre el nivel del mar en la vertiente oriental de la cordillera de los Andes.  Fue dirigente nacional de la Organización de rondas campesinas y como docente de primaria y presidente del Comité de Lucha de las bases regionales del Sindicato Unitario de Trabajadores de la Educación de Perú (SUTEP), se hizo conocido a nivel nacional por ser el principal dirigente en la huelga magisterial de 2017. Además ha sido miembro del comité de Cajamarca de Perú Posible (el mismo que llevó a la Presidencia de Perú a Alejandro Toledo, quién aplicó políticas neoliberales y terminó su mandato con una aprobación del 8%) por el cual se postuló a la alcaldía de Anguía —sin conseguir el cargo— en 2002. Castillo es un hombre de abajo, que viene de la sierra y de la lucha; un hombre parido por ese Perú mestizo postergado al que nunca le llegó el derrame ni las luces de los lujosos shopping sobre el mar de Lima. Castillo se erigió en el representante de los “perdedores” y ninguneados. Posiblemente también como consecuencia de sus contradicciones e impurezas y NO a pesar de ellas.

 

Siendo las 9 de la noche del viernes 11 de junio Pedro Castillo todavía no fue consagrado formal y legalmente como Presidente de Perú, aunque ya fue saludado como tal por los Jefes de Estado de Argentina y Bolivia, Alberto Fernández y Evo Morales y los ex presidentes de Brasil y de Ecuador, Lula y Rafael Correa. Por otra parte, en sentido contrario se expresaron varios ex presidente iberoamericanos de derecha y extrema derecha como José María Aznar, Álvaro Uribe, Mauricio Macri, Luis Alberto Lacalle y Jorge Tuto Quiroga entre otros. Los ex presidentes, alineados con los Estados Unidos, “instan a ambos contendientes a que los órganos constitucionalmente competentes dicten su final resolución”. La derecha y extrema derecha de Latinoamérica ya han dado sobradas muestras de su falta de apego a la Democracia, a la República y a las instituciones cuando las elecciones les son adversas. La partida todavía no terminó, es imprescindible defender el triunfo electoral del Pueblo peruano -que está en estado de alerta y movilización- en cada rincón de nuestra región. Nos espera un fin de semana tenso, aunque la última noticia de que el pleno del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) dio marcha atrás tras un pedido de reconsideración del presidente de dicho órgano Jorge Salas Arenas y dejó sin efecto el acuerdo tomado tan solo horas antes para ampliar el plazo a fin de recibir los recursos de nulidad de mesas de sufragio, es una gran noticia. La intentona del Golpe “institucional” comienza a ser derrotada. La felicidad está cerca. Muy cerca. Preparen las copas, compañerxs.

 

AY, LIMA!

 

En las elecciones para la alcaldía de Lima de 1983 se impuso la Izquierda Unida, una coalición de organizaciones de izquierda revolucionaria que llevó como candidato al gran líder e intelectual Alfonso Barrantes. La Izquierda Unida, una fuerza muy joven surgida con el nacimiento de la década del 80 con el objetivo de superar la enorme dispersión de los partidos de izquierda. Barrantes obtuvo el 37% de los votos y realizó una gestión que fomentó la instalación de comedores populares en barrios marginales y obras de ayuda social, siendo importante su programa del Vaso de Leche para dar desayuno a los niños de las zonas pobres de Lima, por ejemplo. En 1985 Barrantes fue candidato a Presidente perdiendo con Alan García. Y en 1986 la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), encabezado por Jorge del Castillo Galvéz consiguió el 38% de los sufragios y le impidió ser reelecto a Barrantes quien obtuvo el 35% de los votos.

 

En la segunda vuelta de la elección presidencial de Perú que se llevó a cabo el domingo pasado, 6 de junio, y aún el Poder Permanente se niega a reconocer el triunfo de Pedro Castillo por sobre Keiko Fujimori, en la capital la candidata de extrema derecha, en la que reside el 30% del padrón, la candidata de extrema derecha logró el 65% de los votos contra el 35% del izquierdista. Poco y nada quedó de la Lima izquierdista y progresista. Gran parte de los sectores medios, que mayoritariamente habitan la capital, giraron a la derecha, siguiendo el devenir de la mayoría de los sectores urbanos que residen en las grandes ciudades de Sudamérica como ocurre desde hace años en la Ciudad de Buenos Aires, Curitiba, Río de Janeiro, San Pablo y Porto Alegre, por ejemplo. Esas ciudades brasileñas fueron las que vieron nacer al Partido de los Trabajadores y donde más potencia tenía la fuerza política liderada por Lula, en tanto la Capital argentina siempre le fue esquiva al Peronismo y el progresismo que la gobernó la hizo en alianza con la Unión Cívica Radical primero y después con Eliza Carrio y el “Socialismo” porteño, un partido que hoy es parte del armado de Horacio Rodríguez Larreta.

Una primera hipótesis a desarrollar es que los sectores medios se sienten y piensan aliados de los “feos, sucios y malos”, cuando ellos ven vulnerados sus derechos, cuando padecen en carne propia la caía en la pobreza o están al borde del abismo, pero en cuanto logran levantar cabeza, gracias a políticas estatales, políticas públicas redistributivas con las que también son beneficiadas, la conclusión que sacan es que su progreso es por su capacidad, por sus méritos individuales y comienzan a rechazar que “sus impuestos” sea utilizados para “bancar” a los vagos, a los desarrapados. El ex Vicepresidente de Bolivia, el enorme intelectual Álvaro García de Linera, tomando en cuenta este fenómeno que también se observa en Bolivia y no solamente en Santa Cruz de la Sierra sino también en La Paz, es que NO alcanza con que los Gobiernos Populares mejoren la calidad de vida de los pueblos porque los logros económicos no garantizan adhesión sino se da una intensa batalla cultural en la que no solo se dispute en pensar sino también el sentir y el sentido común hegemónico.

 

Lima nos duele y preocupa mucho porque a punto estuvo de llevar a Fujimori a la Casa de Pizarro. Lima nos obliga a reflexionar acerca de como el 65% de los habitantes de esa ciudad-casi el 20% del padrón Nacional- apoyó a la extrema derecha.