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Elaborada por el colectivo Marambio

El aislamiento social presenta matices a lo largo del territorio nacional, pero en general la cuarentena se está relajando -frente al bajo número de contagios- en casi todas las provincias y en distritos del interior de la provincia de Buenos Aires. Aparece la necesidad perentoria de reactivar lo que se pueda de la economía y un porcentaje importante del país está intentando hacerlo, en medio de la esperable pero no por ello menos terrible caída del consumo –producto no sólo del parate generado por la pandemia sino, principalmente, por la debacle heredada del macrismo-.

En el ámbito del AMBA, los comercios de cercanías han abierto sus puertas –los de consumos esenciales nunca las cerraron- y en general ha habido un “aprendizaje” en la relación con la enfermedad que se traduce en el cuidado propio y del prójimo respetando el aislamiento social, el uso de mascarillas y la higiene preventiva. Lo que es innegable y constituye un elemento que carga de incertidumbre el devenir diario es que el comienzo de la apertura coincide con el del crecimiento del número de contagiados y, lo que es más preocupante, del número de muertos diarios. A lo anterior, se suma que el virus se empieza a manifestar como “clasista” y se propaga rápidamente en las barriadas populares dejando expuesto claramente que la desigualdad extrema y la miseria constituyen el ámbito propicio para su multiplicación.

Lo anterior no cuestiona ni un poco lo acertado de la decisión de decretar la cuarentena obligatoria. Los especialistas la consideran el único instrumento adecuado al día de la fecha para controlar la propagación del virus y los resultados parecen demostrar que llevan la razón: sólo se deben comparar nuestros números con los del resto de los países de la región y con la mayoría de los afectados pertenecientes al primer mundo. Éstos resultados deberían garantizar una mirada uniforme sobre la justeza de las restricciones extraordinarias implementadas y dejar en la marginalidad extrema a los opositores de la cuarentena.

Pero los payasos generan alboroto: no por lo numeroso de sus expresiones callejeras anticuarentena que, siendo generosos, podemos considerar llegan a las pocas centenas de concurrentes, ni por lo sólido de sus argumentaciones que pendulan entre delirios extremos que adjudican el virus al diseño de un complot internacional de origen incierto y la negación de la existencia de contagios y muertos, sino por su repercusión fogoneada por sectores del “circulo” rojo del poder: medios concentrados –aunque algunos no propios pero cercanos al gobierno popular también aportan su granito de arena a la propalación del delirio-, grupos económicos dominantes y la oposición política ubicada en la franja por ahora estrecha que va de la derecha a la ultraderecha.

Los payasos simplemente expresan en paso de comedia ridícula lo que los dueños del circo necesitan en la etapa: tratar de desestabilizar al gobierno de Alberto o al menos erosionar su creciente popularidad. Los vociferantes anticuarentena son la vanguardia de grupos de ultraderecha que no se deben subestimar ya que avanzan sobre los más elementales valores democráticos y se sienten protegidos por el ala más dura del macrismo representada por Patricia Bullrich y el mismo Macri, de la misma manera que éstos se ven amparados por los Bolsonaro o Trump.

Leandro Santoro dice al respecto, en un reportaje en Página 12: “Ella –refiriendose a Patricia Bullrich- cree que la sociedad va a hacer un giro a la derecha y está tratando de polarizar al extremo los antagonismos para ganar protagonismo personal y acumular capital propio. Es una estrategia de poder que depende del grado de deterioro socioeconómico que viva la Argentina. Si a Alberto le va bien, va a quedar como una ridícula. Si la crisis se profundiza, le puede ir bien.”

Comenzamos a transitar semanas interesantes desde el punto de vista político: la agenda la sigue marcando la pandemia, lo trágico de los contagios y las muertes pero también la disputa por el contenido de la post-pandemia. En esa clave hay que leer la decisión de intervenir Vicentín y poner al estado a jugar fuerte en un área de la economía que históricamente ha fundado el poder de un conjunto de empresas multinacionales que se pueden contar con los dedos de una mano. Multinacionales que han hecho uso de su poder económico para erosionar la capacidad de los gobiernos populares de desarrollar estrategias de gobierno tendientes a hacer realidad la soberanía económica y también la alimentaria.

A lo anterior se debe sumar que entra en etapa de definición el proceso de renegociación de la deuda y la necesidad de recomponer en los plazos más cortos posibles el tejido productivo de la nación.

Los distintos sectores de la derecha disputarán el contenido de la postpandemia: la campaña anticuarentena ha demostrado que son capaces de lograr con poco un  alto impacto. Seguramente la estatización de Vicentín les dará la oportunidad de responder con un grado mayor de unidad y virulencia, con Larreta sentado en una mesa bien diferente que la que comparte con Alberto y Axel cada quince días.