Por el Colectivo Marambio

Hace bastante que no escribíamos una editorial colectiva. Desde el comienzo de la pandemia y con una frecuencia casi mensual publicamos notas que expresaban las coincidencias del Colectivo Marambio en lo que hace al análisis de la realidad y a los caminos a transitar para fortalecer al gobierno popular. Animados por nuestro vigente entusiasmo militante, la movida y a veces frustrante realidad política argentina, los numerosos encuentros propiciados por el tiempo “libre” que nos brindaba el aislamiento y aprovechando las facilidades del vínculo virtual y de la “popularización” de aplicaciones como ZOOM, atravesamos la peor etapa de la pandemia intentando reflexionar sobre sus consecuencias y las mejores maneras de recuperar calles e iniciativa política una vez que los contagios disminuyeran.

 

Fueron tiempos jodidos, los actuales también lo son. Cuando apenas habíamos superado la resaca de las borracheras del festejo por la victoria electoral contra Macri y por el cambio de gobierno, apareció la pandemia, se profundizó la crisis económica y finalmente sufrimos la derrota electoral en las elecciones de medio término. Se explicitaron descarnadamente no solo lo complejo de la herencia y de los desafíos de la coyuntura sino también las limitaciones y los errores de nuestro gobierno y del Frente electoral que lo sostiene. Y cuando decimos “nuestro” gobierno lo hacemos en un sentido retrospectivo y/o actual (para todos fue nuestro en algún momento, para algunos ha dejado de serlo y para otros sigue siéndolo –aun desde posicionamientos críticos y autocríticos duros-).

Cualquiera de ambos sentidos habilita el debate entre compañeros, verdad de Perogrullo pero que a menudo los dirigentes del espacio parecen olvidar. Cuando hay discusión y opiniones contrapuestas, sintetizar es más difícil, se requiere más tiempo, más paciencia, más inteligencia. Es de todos modos claro que el actual no es tiempo de síntesis sino de debate y disputa, como tal hay que transitarlo.

Quizá sea esto lo que explique nuestro matizado silencio: también los espacios pequeños a través de los cuales nos expresamos muchos militantes de base, se ven atravesados por debates banales o profundos, tácticos y estratégicos.

“Y precisamente fue la pandemia la que vino a reinstalar la idea del Estado, porque ¿alguien se ha preguntado lo que hubiera sido de la vida de todos nosotros, de todas nosotras si los Estados no hubieran intervenido construyendo hospitales, atendiendo a los enfermos, negociando con el mercado, o sea, los laboratorios, las vacunas para que pudiéramos salvarnos y no morirnos nosotros y nuestros seres queridos?. Creo que… que alguien siga afirmando que el Estado no es importante en la vida de las personas, yo diría definitorio, o es un necio o es un cínico. Que los hay de los dos. Creo que la gran discusión va a ser ésta, porque las desigualdades no nacen por un orden natural e ineluctable. Las desigualdades no son un producto de la naturaleza, son un producto de decisiones políticas o de falta de decisiones políticas. Ojo que no tomar decisiones políticas también lo es.”

“Entonces, creo que esto es algo que se está trasluciendo en muchas elecciones, en todos lados, que es la insatisfacción de la democracia. Vos hablabas recién de los totalitarismos, usted hablaba recién de los totalitarismos con presidente también… Pero la insatisfacción de las democracias, donde la gente se termina enojando con la política, debería obligarnos a replantear a todos la necesidad de repensar nuestra ingeniería institucional donde se invista de poder a las instituciones, estas o las que haya que crear. Estamos a tiempo todavía antes que sea demasiado tarde. Por eso creo que la pandemia ha venido a saldar aquella discusión porque no es posible que en una tragedia de la magnitud de la que vivió la humanidad el Estado sirva solamente para eso y cuando tiene que tomar decisiones o adoptar decisiones o en materia económica, de controles, de regulaciones, sea un "estorbo" y no se le permita la actividad económica”. Del discurso de CFK frente a la Asamblea Parlamentaria euro-latinoamericana

 

Bienvenido sea el debate: ¿acaso pensar que solo los dirigentes más representativos son los que están habilitados a discutir y decidir no es atentar contra la política como herramienta de cambio y disputa?, ¿no es una manera de legitimar el elitismo y a los profesionales de la política alejados de las necesidades populares?, ¿no es vaciar de contenido transformador a una democracia suficientemente jaqueada por los sectores dominantes, las corporaciones, la derecha y la ultraderecha -que cada día más asume la representación política del poder económico concentrado-?. Si hay algo de positivo del momento que estamos atravesando es que por un lado las peleas internas empiezan a explicitar con claridad qué se discute y la discusión está llegando a la militancia y por otro que las disputas nos son por cargos y poroteo –o al menos no son sólo por ellos- sino de proyectos. Y cuando la discusión pasa por discutir proyectos la política se activa porque la pelea es por la hegemonía y quien la gane tendrá la oportunidad de “ordenarla” y hacer el tránsito futuro más llevadero. Sí, la discusión interna es de proyectos: en ésta etapa está claro lo que no queremos –y encarna la oposición- y no mucho más. Suena duro, pero si siendo gobierno no podemos usar la cuota de poder otorgada por el voto popular para hacer realidad aunque sea parcialmente los enunciados de que primero están los desposeídos y los trabajadores, que los salarios deben ganarle a la inflación, que no debe haber argentinos que pasen hambre…pasamos a ser cómplices del proceso de desacreditación de la política como herramienta de transformación y de la democracia como una sistema apto para reivindicar la justicia social, la soberanía política y la independencia económica como ejes rectores del modelo de país que merecemos conseguir.

Cuando hablamos de hegemonizar el espacio va de suyo que si hay un sector hegemónico, habrá otros que no lo serán pero que deben ser contenidos incorporando –de modo subordinado- parte de sus reivindicaciones a la “plataforma” común. Se necesita tener capacidad de construcción y conducción para pretender hegemonizar el espacio nacional y popular (que es mucho más amplio que el que el Frente de Todos alcanza hoy a representar). Se impone generar acciones que transformen la realidad en favor de los desposeídos, que le pongan limite y disciplinen a los sectores dominantes, que les expliciten que no podrán hacer lo que quieran, que la impunidad de la que hoy parecen gozar puede ser trastocada en castigo en el momento en que el pueblo reaccione y que existe una masa crítica militante que está dispuesta a aportar su esfuerzo mantener viva la llama de la rebeldía.

“Creo entonces que la gran discusión que se va a dar es si este proceso, proceso capitalista que se da en todo el mundo, desde China a EEUU, lo conducen las leyes del mercado o las leyes de los Estados. Esto es la clave, esto es la clave para abordar seriamente el programa y el problema de la desigualdad. Salvo que sea solamente un ejercicio dialéctico y discursivo de encuentros esporádicos y vemos que cada vez la situación se agrava más y se profundiza más. 

¿Cuánto, cuánto representa del poder, tomado en un 100%? Hablamos de poder cuando alguien toma, adopta una decisión y esa decisión se puede aplicar y es respetada por el conjunto de la sociedad, eso es el poder. Que te pongan una banda y te den el bastón un poquito es pero no todo el poder, créanme, créanme, créanme, lo digo por experiencia... Ni te cuento si además no se hacen las cosas que hay que hacer... pero bueno, dejémoslo ahí”. Del discurso de CFK frente a la Asamblea Parlamentaria euro-latinoamericana

Decía Máximo Kirchner en un acto reciente en el que habló como presidente del PJ de la provincia de Buenos Aires: “Unidad no es amontonamiento, no puede pasar que estén los dirigentes en un lugar y la gente en otro”.

La frase tiene dos partes: una es incuestionable -no puede pasar que estén los dirigentes en un lugar y la gente en otro-, la pregunta es si la reflexión contiene aparte del componente crítico también el autocrítico. Ninguno de los espacios que integran el Frente de Todos construyó política de manera sistemática, hubo aciertos puntuales aislados y esos aciertos no “pertenecen” a una sola de las expresiones internas del Frente. No solo el “albertismo” ha estado en un lugar diferente al de la gente, a los espacios más afines al kirchnerismo también les ha pasado.

La última oleada neoliberal nos ha dejado una “gobernanza económica” que no es la nuestra pero con la que tenemos que lidiar, ¿qué otra cosa fue el vergonzoso préstamo del FMI a Macri?. Una parte de la discusión interna pasa sin duda por qué hacer con la gobernanza económica neoliberal hereda, en particular con el componente más importante de ella que es la deuda con el FMI: posiblemente la mayoría del Frente de Todos acordaba en la necesidad de un acuerdo, las discrepancias surgieron al poner sobre la balanza cuan duro o timorato fue el gobierno durante la negociación y, frente al acuerdo logrado, cuanto condiciona la independencia económica del país y la posibilidad de lograr una mejor distribución de la riqueza beneficiando a los que menos tienen. Aparece entonces con nitidez la cuestión de la construcción política: negociar con mayor dureza implicaba poner sobre la mesa la posibilidad del default, ¿algún sector interno del Frente de Todos trabajó durante los dos últimos años para generar el suficiente apoyo popular como para bancar las consecuencias de un default sin hacer estallar la gobernabilidad?, ¿algún sector interno planteo antes de las elecciones de medio término, no entre “cortesanos” sino de cara al pueblo, que el camino de negociación elegido iba a terminar en un acuerdo gravoso para los sectores populares y porqué?. Se obturó la política como mecanismo de resolución de las diferencias internas, se dejó fuera de las decisiones a la militancia y al grueso de la base electoral. Puede que los errores señalados tengan que ver con: falta de experiencia acerca de la construcción y el sostenimiento de coaliciones electorales, análisis de situación sesgados que subestiman la gravedad del momento político y económico del país, incapacidad para conducir y liderar, limitaciones ideológicas, una mezcla de todo lo señalado.

La otra parte de la frase de Máximo “unidad no es amontonamiento…” nos lleva a preguntarnos si la constitución del Frente de Todos en 2019 fue amontonamiento. La respuesta segura es no, su constitución fue calificada con justicia como una jugada maestra para evitar que la derecha triunfe y lograr recuperar el gobierno. De lo anterior se desprende que es el contexto político y social el que determina la oportunidad y amplitud de las alianzas. ¿Es tiempo de fortalecer propuestas propias e incluso diferenciarse de aquellas políticas del gobierno que no respetan el contrato electoral?: si; ¿es tiempo de proponer políticas y acciones en función de mejorar la distribución de la riqueza, lograr que la deuda la paguen los que la fugaron, mejorar la progresividad de la política tributaria?, si; ¿es tiempo de resistir cualquier posibilidad de implementar políticas de ajuste, movilizar y protestar para defender el poder adquisitivo del salario frente al desbocado aumento inflacionario?, si; ¿es tiempo de garantizar poniendo el cuerpo que ningún argentino pase hambre?, si. Pero también es necesario tener siempre presente que -como dijo Itaí Hagman en oportunidad de justificar en diputados su abstención al momento de votar el acuerdo con el FMI-, tenemos infinitamente más coincidencias con cualquier compañero integrante del Frente de Todos que con el más progresista de los miembros de Juntos por el Cambio.

Alberto y su mesa chica tienen excesiva confianza en el diálogo -lo que los lleva a ser la mayor parte el tiempo meros administradores de una crisis heredada- y una casi nula vocación por dar las peleas que garanticen un mejor pasar para las mayorías populares. Su tibieza política es leída por la oposición como debilidad, lo que determina que el gobierno esté sometido continuamente a operaciones políticas desestabilizadoras.

Frente a la tibieza e inacción la iniciativa de los senadores del Frente de impulsar la sanción de una ley que permita pagar la deuda con el FMI recuperando parte del dinero fugado a guaridas fiscales en el exterior, constituye un ejemplo interesante de cómo encarar la discusión interna de manera de recuperar iniciativa política y mística transformadora. Rápidamente surgió desde el gobierno la iniciativa de cobrar el impuesto a las ganancias extraordinarias por la guerra en Europa de los grandes grupos económicos o la pronta resolución de otorgar bonos a jubilados y trabajadores informales.

A las iniciativas anteriores deberían sumarse otras ineludibles para dar la pelea hacia adentro y hacia afuera en términos que puedan generar un desenlace a favor de los sectores populares: motorizar políticas que le generen competencia a las grandes empresas oligopólicas del sector alimenticio -que abusando de su posición dominante generan aumentos permanentes en el precio de los comestibles- por medio de la creación de una empresa nacional de alimentos que incluya producción, distribución y comercialización, impulsando a los pequeños productores y cooperativas que se referencian en la economía popular; limitar la posibilidad de evasión y contrabando de los grandes exportadores controlando definitivamente los ríos y puertos por los que salen granos y aceite al exterior y abriendo canal Magdalena como vía de salida hacia el Atlántico; nacionalizar la producción del litio aprovechando la estructura productiva, científica y tecnológica de la que dispone YPF o creando una nueva, que se encargue de su extracción y transformación llegando hasta el producto final (la batería); motorizar la rápida construcción del gasoducto Néstor Kirchner para disponer del gas que se extrae de Vaca Muerta en los grandes centros industriales del país; generar nuevos shocks distributivos mediante aumentos salariales vía decreto, nuevos bonos para sectores de la economía informal y jubilados y apoyo activo a los sindicatos en sus negociaciones paritarias con las patronales.

Las elecciones de medio término mostraron que si las organizaciones referenciadas en el Frente de Todos no se ponen a la cabeza de los conflictos que naturalmente aparecen en los territorios consecuencia de la crisis y la falta de respuestas del gobierno, serán las agrupaciones de izquierda y la ultraderecha las que asuman al menos temporalmente la representación política de una parte importante de los sectores que prometimos reivindicar llegados al gobierno.

El Poder Judicial y su cabeza (la CSJ), con la ofensiva para colonizar el Consejo de la Magistratura, ratifica su pertenencia al esquema de poder permanente de la derecha vernácula. El judicial constituye otro de los frentes en los que el dialoguismo ha demostrado ser insuficiente: si bien la correlación de fuerzas impide hoy realizar cambios de fondo, no existen limitaciones para manifestar en las calles el repudio que un porcentaje mayoritario de la población expresa hacia los cortesanos, jueces y el funcionamiento del sistema. Explicitar el rechazo al estado actual de la justicia es el primer paso para poder avanzar en un futuro hacia su democratización.

“Ahora bien, pensar en esto, “los pueblos siempre vuelven” ¿es una categoría de pensamiento político universal? No. Es una categoría de pensamiento político latinoamericano ¿y por qué? Porque es muy difícil por ahí en otras latitudes imaginar estos avances y retrocesos. También porque es cierto que el pueblo siempre está, pero cuando hablamos de que los pueblos siempre regresan, lo hacemos desde esta perspectiva, desde que hoy Xiomara Castro de Zelaya sea presidenta de Honduras, lo hacemos desde la perspectiva que luego del golpe militar contra Evo Morales el MAS, a través de Lucho Arce, haya vuelto a la presidencia”. Conferencia de CFK en Honduras

 

Porque los pueblos siempre vuelven o quizá aún mejor: los pueblos siempre están. Recordemos la reacción popular cuando la CSJ quiso imponer el 2x1 para beneficiar a los genocidas condenados: una multitudinaria movilización le puso freno al avance de la derecha y tanto los cortesanos como el gobierno de Macri tuvieron que retroceder en chancletas. La movilización del último 24 marzo fue una nueva demostración del consenso existente alrededor de las políticas de memoria, verdad y justicia y de cómo se debe enfrentar en la calle la avanzada negacionista contra los juicios a los represores militares y sus socios civiles y contra los organismos de DDHH. Éstos dos ejemplos recientes muestran un camino: las correlaciones de fuerza desfavorables deben formar parte del análisis de coyuntura pero teniendo en claro que se pueden superar con decisión política y empatía con las necesidades populares.

No sabemos si éste tiempo de debate y confrontación de proyectos terminará en síntesis o ruptura, en cualquier caso entendemos que la mejor manera de transitarlo es generando propuestas y acciones que clarifiquen las diferencias hacia afuera con la oposición y hacia adentro con los sectores más conservadores de la alianza de gobierno, poniéndonos a la cabeza de las luchas que inevitablemente crecerán consecuencia de la crisis agravada por la guerra. Propuestas y conflicto deberían actuar como mecanismos de presión para que el gobierno nacional y los gobiernos provinciales y comunales, tomen medidas a favor de los desposeídos y los trabajadores y asuman las peleas que sea necesario dar para disciplinar al poder permanente económico, judicial, mediático y político. Para tener 2023 la unidad es tan necesaria como la consolidación de políticas activas que beneficien en forma inmediata al conjunto del pueblo. Lo que tenemos enfrente (Macri, Larreta, Bullrich, Vidal, Milei y lo que representan) es demasiado brutal como para subestimarlo y debe formar parte principal de cualquier evaluación acerca de los caminos a transitar en el marco de las disputas internas.