Elaborado por el Colectivo Marambio

La nítida conducción de Alberto Fernández no es discutida, a la vez que se empiezan a visibilizar con claridad los intereses de aquellos que buscan levantar la cuarentena. Ante un horizonte teñido también por la negociación de la deuda, subyacen bajo la pandemia cuestiones que es posible y conveniente ir aclarando.

Así la pandemia denuncia. Denuncia la ausencia de un sistema de salud desgastado durante años de macrismo, que batalla por ser capaz de atender a todos y todas. No contento con eso, este virus real muestra a la virtualidad sobrevolando a muchos que no la pueden usar. Por el simple hecho de ser privada y tener que abonarla. Así terminamos añorando el conectar-igualdad y sus neetbooks tan vilipendiadas. Junto a ellas venían las políticas de inversión asociadas a una visión estratégica de la soberanía comunicacional, las que nos llevaron (real, no virtualmente) al fortalecimiento de INVAP y los proyectos de ARSAT 1 y 2.

Imaginar cuan diferente podría ser una empresa de servicios de Internet estatal y la vida de un pibe de escuela primaria sabiendo que tiene garantizada la conectividad de su netbook para sus tareas virtuales, no debe ser un ejercicio nostálgico sino una obligación central de nuestro proyecto, asociando la conectividad digital a la idea de servicio básico al igual que el agua, el gas y la energía eléctrica.

Lejos de marearnos con la virtualidad, bajo la pandemia hallamos también la demostración de lo insustituible que resulta la escuela como espacio de encuentro en el que se desarrolla la relación pedagógica. Los docentes le están poniendo el cuerpo a una situación inédita, inesperada. Estos muchas veces no poseen los elementos para poder llegar a cada joven, niño o niña. Asimismo el estado actual de situación deja en evidencia que estamos más cerca de una escuela reproductora de las desigualdades que existen fuera de sus puertas que de una igualadora de oportunidades, como sugieren los meritócratas. Ello resulta claro cuando vemos que muchísimos pibes y pibas no pueden acceder a recursos y actividades que sus docentes intentan poner a disposición debido a la falta de conectividad y/o a la imposibilidad de contar con los dispositivos tecnológicos adecuados.

La desigualdad existente entre escuelas estatales y privadas agrava y pone de relieve el cachetazo en la cara que significa hoy que el Estado destine parte del presupuesto educativo a subvencionar a los sectores medios y altos con su correlato de materiales didácticos inadecuados, desactualización tecnológica y deplorables condiciones de enseñanza de la educación pública. Aun más irritante es que esas subvenciones se destinen a instituciones confesionales y laicas que imponen aranceles altísimos. Todo ello no hace más que segmentar la educación en función del nivel de ingresos de los hogares.

También los docentes se ven sometidos a desarrollar su trabajo en condiciones totalmente adversas. Como cualquier trabajador/a, se encuentran atravesados por los temores y angustias de la situación y la imposibilidad de muchos de ellos de dar respuesta a las demandas que supone la vida doméstica 24 x 7. A eso se suma las presiones de las autoridades para que desarrollen sus actividades como si estuvieran en la escuela cuando las plataformas educativas fueron pensadas y desarrolladas como complemento de la presencialidad.

Así, además de las acciones que desarrollan habitualmente se les pide que realicen videoconferencias, chat, videos, etc.

En los últimos días se dio a conocer una encuesta a docentes de la que surgieron los siguientes datos:

·         El 63% no tiene PC propia, por lo que deben usar la computadora familiar y compartir su uso diario

·         El 47% trabaja más horas de las habituales producto de responder a las demandas de estudiantes, familias y autoridades

·         El 44% no logra desconectarse del trabajo en su casa

Agrava la situación el desconcierto de las representaciones sindicales ante la situación. Desconcierto que cruza a aquellos educadores comprometidos con el proyecto nacional y popular quienes entre el deseo de bancar el desafío y la tensión del desgaste cotidiano navegan sobre un camino que los obliga a ir a tientas.

En definitiva, bajo la pandemia quizá avancemos en redescubrir aquellos bienes soberanos que el siglo XXI nos propone así como el rol del Estado a la hora de garantizarlos. A la par que no deberíamos perder de vista categorías clásicas que definían con precisión al sujeto trabajador, desdibujado luego tras la idea del “profesional de saco y corbata” y los devaneos respecto del uso de una herramienta que no deja de ser en definitiva, sólo eso: una herramienta.