La cárcel, el golpe

 

En la introducción de la primera entrega de ésta nota, señalábamos qué ”condicionados por la pandemia y la necesidad de aislarnos físicamente como medida para evitar los contagios, hasta los más renuentes sucumbimos ante la virtualidad”. Ahora -cuando arrecia la segunda ola de contagios- como entonces, sostenemos el intercambio con Pascual vía WhatsApp. En uno de nuestros últimos encuentros virtuales, nos decía: “…la pandemia nos obligó y obliga a replegarnos. Me recuerda los tiempos de la cárcel, donde sin abandonar la voluntad de formarnos como cuadros, intentábamos escapar a la derrota política tratando de evitar que se convirtiera en derrota ideológica: para ello necesitábamos aferrarnos a las raíces de lo popular encontrándonos a nosotros mismos en ellas, para algún día poder acompañar la recomposición del proyecto nacional y popular.”

 

Especulamos, ya que no se lo preguntamos, que las vivencias de la experiencia pandémica que hicieron que Pascual recordara sus años de cárcel, determinaron -junto a lo intenso y decisivo de lo vivido estando preso-, que esta parte del relato fluyera de forma incontenible, todas la preguntas respondidas sin necesidad de formularlas en los textos de fuego, reflexión, compromiso y amor que recibíamos periódicamente en nuestros celulares.

EL AMOR, LA CÁRCEL, LA FELICIDAD

Cuando ganó la gobernación de la Rioja en 1973 usaba patillas a lo Facundo Quiroga, reivindicaba a los Montoneros y decía que iba a instaurar en La Rioja el Socialismo Nacional como mandaba el General. Dardo Cabo fue a La Rioja a entrevistarlo para una nota en la revista El Descamisado: me contó tiempo después que no lograba que Menem lo atendiera, hasta que un día fue a la casa y no estaba, pero lo recibió el padre justo cuando Menem pasaba saludando desde la caja de una camioneta en una caravana de festejo por el triunfo a la gobernación. El padre señaló a su hijo y riendo le dijo a Dardo: "mirá ahí va Carlitos, se bone la boncho, se deja la batilla y se hace el Fagundo. Pero no sirve bara la bolítica, sirve bara la timba, bara eso sirve". Al tiempo fue el primero en cagar a la juventud y a la Tendencia cuándo se opuso a reconocer la afiliación que habíamos hecho con la JP para el Partido durante la campaña del "Luche y Vuelve".

Qué diferencia con Néstor, que cuando asumió la presidencia en el 2003 dijo: "formo parte de una generación diezmada", resumiendo la terrible experiencia de la generación de los 70: 30 mil desaparecidos, 20 mil presos, 250 mil exiliados, 50 mil fábricas cerradas, barrios enteros con sus casitas de ladrillos cuyas paredes esperaron 30 años para ser revocadas y un desierto de dolor en el alma de los sobrevivientes. Cientos de miles de historias de vida frustradas, impedidas de cumplir sus sueños. Tuve la ventaja de vivir la resistencia desde niño y que eso me vacunara contra toda ilusión de felicidad, pero pude ver alrededor mío jóvenes que vivían la militancia con la alegría del sueño compartido, todavía ajenos al infierno en el que nos íbamos a sumergir.

Conocí a Elvira cuando ella militaba en un grupo de compañeros que se unieron a la Coordinadora de la JP de Villa Adelina-Boulogne. Probablemente eran un grupo de los Descas -como la mayoría de nosotros- pero del frente territorial, que convergían en trabajos barriales con integrantes de las FAR y militantes sueltos que se sumaban a la actividad en medio de la euforia vertiginosa en la que vivimos durante 1973. Era una compañera admirable por su compromiso en las tareas que se desarrollaban en los barrios y en las iniciativas generales de la juventud. La clandestinidad no fue dejada de lado, por lo que no sabíamos los nombres verdaderos o los lugares de residencia de cada militante, por ello lo poco que supe de ella fue por disgresiones compartidas que matizaban los intervalos de descanso en encuentros o charlas políticas. Decía ser profesora de danzas y su figura lo reafirmaba.

"Las compañeras no tienen sexo" era una máxima que repetía mi viejo, que incorporé y que me llevó a procurar evitar “mirar” con interés a alguna. El amor entre militantes no era ni aprobado ni criticado, era algo del ámbito de lo privado y como tal no expresable en público por aquello de que nadie habla de lo que no conoce. Lo poco que algún militante dejaba trascender era como oír llover, nada diferencia una gota de otra y todo es lluvia que se va por la canaleta. No me interesaba saber de la vida particular de ninguna compañera porque me parecía una intromisión indebida. El amor no era parte de la acción política y por lo tanto tenía una importancia secundaria para la mayoría de nosotros.

Mi viejo solía criticarnos la incorporación de mujeres a las organizaciones porque veía un problema difícil de sostener: "si los dos militan, hay doble riesgo de vida" solía decirme. Repetía un prejuicio machista: "no hay peor enemigo que una mujer despechada", pensando que las compañeras difícilmente podían alcanzar el compromiso necesario para anteponer la lucha política a toda contrariedad o contingencia de la vida militante. Falso: conocí muchas compañeras que dieron su vida como luchadoras que eran por la liberación de la patria.

Por esa distancia que intentaba mantener con las compañeras, fue una sorpresa mayúscula la repentina declaración de amor bajo la lluvia que me hizo Elvira, durante la jornada dolorosa del velorio del viejo. Me plantó un beso en la boca y me dijo “cuídate Negro”, anticipándose a lo que iba a ser mi caída apenas dos días después. Estando preso intentó verme, incluso me escribió algunas cartas planteándome que nos casáramos para poder visitarme. Me pareció un riesgo para su vida y no acepté. Años después fue secuestrada y al día de hoy permanece como desaparecida, siendo una víctima más de la ESMA. Tuve y tengo la tranquilidad de no haber sido causa de su desgracia. En lo personal es la protagonista de un hermoso recuerdo que al evocarlo aparece siempre aparejado al pensamiento de lo que pudo haber sido y no fue.

Cuando leí “El Amor en Tiempos del Cólera”, de García Márquez pensé que a mí siempre me ha tocado vivir el amor en tiempos de la cólera. No se puede ser feliz en medio de la guerra que la oligarquía libra en forma permanente contra el pueblo. Tal vez ellos puedan ser felices en la banalidad de su insensatez. Los que nos echamos la patria al hombro apenas conocemos la felicidad del instante fugaz de ser querido en medio de la lucha. El compromiso histórico que siente el militante peronista es su forma de vida y casi su razón de ser, la felicidad es vivir el sueño compartido.

Los criados en el ambiente militante de la resistencia mamamos el estoicismo de los mayores, de los creadores de la mística peronista y de la épica militante: el objetivo era derrotar a los dictadores que gobernaban en nombre de y para la oligarquía; se llamaran Onganía, Levingston o Lanusse. Y esa actitud, esa forma de pararse frente a la vida no se definía en un Congreso Partidario. Cada militante proyectaba su felicidad según administrase la pulsión de vida entre lo que deseaba y lo posible, delimitado por el contexto histórico-político. Las parejas antes y después del 73 solían conformarse en ese contexto dónde lo más importante era la militancia, la vuelta del general, la pelea con la oligarquía, la revolución y no las relaciones personales.

En la cárcel te aferrabas al amor como un imaginario futuro que te daba ganas de vivir, pero no podías mostrar felicidad porque los psicópatas al servicio del mal se ensañaban y redoblaban la crueldad buscando destruirte. En la lucha política contra la oligarquía no se puede ser ingenuo porque te hacen daño donde más te duele. La felicidad ajena puede ser una belleza estética que nos alegra por el sólo hecho de homenajear la vida o puede generar odio furibundo en el envidioso resentido. Por eso fueron tan malvados los represores y sirvientes de la derecha, llegando al extremo de ser despreciados hasta por sus propios hijos. “Aña membú” decía mi bisabuela Francisca y lo que se creé insulto es sólo una definición filosófica. Criatura del mal, engendro del mal es la traducción de sentido. Los que gozan del tedio de la banalidad del ser no tienen maldad, porque su vida hueca no tiene resentimiento, sólo el hastío del no saber qué hacer para llenar ese vacío. Los ganapanes al servicio de los poderosos son los verdaderos engendros del mal.

Desde lo coloquial de la comunicación, compartir la experiencia de vida es repartir el capital simbólico acumulado de mayor valor del ser humano, porque nadie te lo puede robar, ningún Banco puede vaciar esa cuenta y fugarla. La cultura humana es la transmisión del legado que los pueblos han acumulado en su larga experiencia de vida. La memoria popular es un bien político que el pueblo transmite y engrosa enriquecido con la experiencia de vida de cada generación. La montonera era el sindicato de los gauchos, solía decir Jauretche en los años 60. Los Piqueteros son el sindicato de los desocupados podemos aseverar hoy. Y los movimientos sociales son las Orgas de estos tiempos. La memoria popular es la que construye la rueda de la historia social y es la narración coloquial de la experiencia de vida de los luchadores sociales la que crea el capital simbólico acumulado por el sujeto Pueblo. Podemos decir con "precisión semántica" que socializar la experiencia política del militante popular es invertir -"saber es poder"- en la cuenta capital del tesoro más preciado de la humanidad, la Cultura. Teoría y praxis era la exigencia militante de los 60-70 y praxis-teoria-praxis fue el legado para la acción que la generación del 45 me dejó a través de mis viejos: “la militancia revolucionaria debe ser un taller de práctica continua" solía decir mi viejo. El lenguaje coloquial es el medio de transmisión del saber popular y la experiencia colectiva está posibilitada por la transmisión oral de esa experiencia. "La calle" como espacio de exigencia de derechos es una particularidad del pueblo argentino que ya hemos legado a la humanidad. Ejercemos ciudadanía con los pies, diría Jauretche.

La cárcel es la Universidad de los pobres, solían decir los anarquistas de la generación de mi abuelo paterno. Mi abuelo me legó un saber que pude confirmar en carne propia: fui uno de los asistentes de esa Universidad, formándome con hombres como el Tordo Kildare, Alberto Camps y el hijo de Don Buenaventura Luna. En otras “aulas” que daban al mismo pasillo de esa facultad, estaban los compañeros de las Fuerzas Armadas de Liberación que preservaban y transmitían el acervo militante de la izquierda comunista y los compañeros del ERP con sus cantares de la guerra civil española -porque varios eran hijos de exiliados republicanos-.

Los primeros presos políticos pertenecían al ERP y fueron acusados de atacar el comando de Sanidad del Ejército en el barrio de Parque Patricios. Eran poco más de una docena, eso fue en septiembre u octubre del 73. Después estaban los presos de la FAL 22, que fueron detenidos aproximadamente en febrero del 74 durante un Congreso de su organización. Coincidentemente eran 22. Cada grupo ocupaba un pequeño pabellón de la planta 6 en el penal de Villa Devoto. Luego estaba el pabellón de los presos peronistas que estaba integrado por ocho detenidos: uno de las FAP , dos uruguayos de la ROE (Resistencia Obrero Estudiantil, un grupo de origen anarquista uruguayo que luego formarían el Partido para la Victoria del Pueblo –PVP-. Este grupo simpatizaba con el peronismo por sus orígenes anarco-sindicalistas y antimarxistas) y cinco montoneros. Los cinco presos Montoneros erámos el Tordo Horacio Crea, el Negro Maestre, Alberto Camps, Carlitos Puccio Taboada -de la columna de La Plata- y yo -que junto con el Tordo y Alberto éramos de la columna Norte-.

 

1974 - 1976, EL GOLPE

El año 1974 terminó con el pase de todos los presos políticos a un pabellón celular con celdas que habitaban cuatro compañeros pertenecientes a la misma organización. Esto duro poco, ya que el 13 de diciembre del 1974 la JUP encabezó una movilización de protesta exigiendo la libertad de los presos políticos y el Brujo López Rega respondió con represión a la marcha y trasladando a los presos peronistas a la cárcel de Rawson. Allí pasamos el primer semestre de 1975. Tras la caída del brujo López Rega por las grandes movilizaciones obreras de junio y julio de 1975, los cinco presos peronistas fuimos llevados de vuelta a la cárcel de Villa Devoto. Me queda como recuerdo del paso por la cárcel de Rawson, la lectura de "Estrategia de la aproximación indirecta" de Liddel Hart. Este libro estaba abandonado en la biblioteca del penal y había sido entrado por los milicos golpistas del 51. Tenía escritos en los márgenes de las hojas con comentarios hechos por Lanusse, Alsogaray y Menéndez. En esta cárcel también compartimos charlas con el viejo Silvano Castro, un tucumano que, siendo foguista ferroviario en los años 50, traía dinamita desde Bolivia para la resistencia, porque militaba en "Uturuncos" -la primer guerrilla peronista-. Estaba preso por ser miembro de la dirección del Partido Revolucionario del Pueblo. Era un compañero querido por todos y contaba que la última Navidad que había compartido con su familia en Tucumán fue la de 1955: después la clandestinidad y las cárceles ocuparon su tiempo completo legándole una sonrisa triste y los cantares de Don Atahualpa, que entonaba por las noches para aliviar la melancolía y templar el ánimo de los compañeros, que lo escuchábamos como si fuese el mismo Don Ata. El viejo Castrito murió en Tucumán en la pobreza, desnucándose al caer de un colectivo, posiblemente desestabilizado por el peso de su mochila guerrillera cargada de pérdidas y sinsabores. Fue su muerte en la miseria la que me impulsó a crear la Asociación Nacional de ex Presos Políticos de la dictadura, allá por el 2005. Porqué la muerte de un luchador social en la miseria y el abandono consolidan la injusticia social dándole encarnadura al concepto del "no te metas, mirá como terminó”.

Cuando volvimos de Rawson, nos encontramos con que los peronistas ya éramos una veintena en Villa Devoto. Ese año cursé Economía con Ernesto Villanueva -ex rector de la Universidad de Buenos Aires-, Filosofía con Ernesto Duchini -ex rector de la UTN-, Estrategia con Carlos Puccio, Sanidad de Emergencia con el Tordo Horacio Crea e Instrucción Física con Julio Urien. ¡Pavada de profesores tuve!, y pavada de compañeros de clase: Carlos Kunkel, Eduardo Jozami, Dardo Cabo, Ángel Georgiadis entre otros. ¡Lindo haberlo vivido para poderlo contar!.

En Devoto el primer pabellón estaba ocupado por los presos de las FAL. Si no recuerdo mal, allá por febrero de 1974, la Federal desbarató un Congreso de las FAL 22 de Agosto: éstos compañeros eran una fracción de las FAL, que a su vez era la más vieja de las organizaciones armadas que operó durante toda la década del 60 defendiendo posiciones ideológicas cercanas el pensamiento comunista tradicional. El retorno de Perón y lo que se generó alrededor del Luche y Vuelve puso en crisis su política y ello explica la conformación de esta fracción. Los compañeros se integraron al proyecto Montonero reforzando la autoestima de los militantes al sentirnos eje de la unidad revolucionaria (el pensamiento del comunismo acerca del desarrollo de una burguesía nacional que posibilitara una clase obrera poderosa para llegar al socialismo, estaba cerca del pensamiento del nacionalismo revolucionario que reconocía a la burguesía nacional como parte necesaria del Frente de Liberación).

A continuación del pabellón de las FAL estaban los presos del PRT-ERP acusados de atacar el cuartel de Sanidad Militar. El PRT tenía una impronta de origen trotskista y su línea de acción estaba basada en agudizar las contradicciones para que estallen, y conducir los procesos políticos desde la acción permanente. Los “perros” daban el combate ideológico en la cárcel discutiendo fraternalmente con los atrasados peronistas que no veíamos la realidad bajo la luz del potente faro del marxismo leninismo. Del periplo carcelario entre Rawson y Villa Devoto, me quedó el grato recuerdo de las charlas con Eduardo Anguita y una estima que ambos festejamos con un abrazo cuando nos cruzamos en alguna marcha. La búsqueda de la unidad del campo popular siempre debe ser un objetivo del militante social revolucionario, porque ahí radica la construcción del poder popular. Las miserabilidades, egoísmos y sed de protagonismo son parte de la cultura occidental y difíciles de erradicar de la acción política: pasa en las asociaciones vecinales y hasta en los grupos de WhatsApp. La bonhomía ayuda a tender puentes y lograr unidades impensadas porque ponen en cuestión los prejuicios que levantan paredes.

Esos primeros años de cárcel me permitieron llegar a la conclusión que las organizaciones armadas de los 60-70 fueron intentos de reemplazo por parte del pueblo, de las Fuerzas Armadas que habían sido cooptadas por el proyecto imperialista. El pueblo es como la naturaleza: se manifiesta en multiplicidad de formas de vida, pero con una sola voluntad entrópica.

Cuando nos llevaron a Rawson por orden del brujo López Rega, hubo protestas de abogados por habernos sacado de forma inconstitucional de la jurisdicción natural de los jueces. El gobierno de Isabel y el Brujo subsanaron el dislate poniéndonos a disposición del poder Ejecutivo Nacional bajo las condiciones del Estado de Sitio -decretado sin refrenda del Parlamento durante el parate parlamentario-. En agosto de 1975 me absolvieron de la causa judicial radicada en el Juzgado Federal de San Martín, pero perversamente el Servicio Penitenciario retuvo la comunicación judicial y me la dio a firmar el 28 de diciembre -día de los inocentes-, no pudiendo salir en libertad por estar ahora detenido a disposición del PEN.

La situación política se agravaba y el ataque del ERP al cuartel Viejobueno puso al radicalismo balbinista en condiciones gustosas de aceptar el regreso de los militares, pensando que estos sacarían a Isabel y tras un breve lapso, Balbín alcanzaría por fin su eterno sueño presidencial mediante elecciones con el peronismo desarticulado y fuera del juego electoral.

Oscar Alende, líder del Partido Intransigente -apodado el Bisonte por la vehemencia de sus discursos-, fue el único que se opuso al regreso de los militares advirtiendo que eso sólo traería desgracias al pueblo y que faltando poco para un proceso electoral debía ser la democracia la que encontrara las soluciones que el momento demandaba. Mientras estas discusiones institucionales ocurrían entre los líderes de los partidos parlamentarios, los militantes peronistas presos iniciamos un proceso de discusión interna que posteriormente daría origen a la fractura de Montoneros y al pase de facturas a la conducción -ya en la derrota-. La conducción de la Orga estaba dividida entre los que levantaban la experiencia del Partido Peronista Auténtico como herramienta de organización y acumulación de fuerzas y aquellos que sostenían que la salida pasaba por el desarrollo del frente militar y la lucha armada. Yo adscribía a lo que luego se llamó el movimientismo: sospechábamos del militarismo como única herramienta de organización popular. Históricamente el peronismo utilizó la violencia como acción defensiva o complementaria de alzamientos de algún sector peronista del ejército, pero no como herramienta principal de la acción política. La Organización Política Militar de cuadros (OPM) fue un salto cualitativo en la organización popular. Muerto Perón la OPM reemplazaba la centralidad del liderazgo ausente, pero era imposible reemplazar la identidad política del pueblo. Una conducción que pretendiese enfrentar al poder con un esquema de organización popular cerrada caminaba hacia el aislamiento y la derrota segura. Tras el ataque al cuartel de Formosa por Montoneros, entró en la cárcel el Evita Montonera -que era el periódico clandestino de la organización-, donde se describía la acción con aire triunfalista. Lo comenté con el gordo Américo, un compañero del gremio de judiciales que militaba en el Peronismo de Base y me dio su opinión diciéndome: "esa acción demuestra que son un buen ejército, ¿pero eso de qué le sirve a la clase obrera?". El Peronismo de Base sostenía una ideología clasista y rechazaba a los Montoneros por su estructura verticalista y militarista, pero no obstante el comentario del gordo Américo actuó como un llamado de atención que tomé en cuenta. La Orga era una esperanza frente a la vivencia del desamparo popular de los 18 años de resistencia y muchos nos aferrábamos a ella como a un acto de fe, pero también era una estructura donde los ámbitos de encuadramiento por niveles permitían la discusión política e ideológica y la convivencia carcelaria ayudaba a que los cuadros de mayor jerarquía, que rondaban mayormente los 33 o 34 años, discutieran y escucharan a los más jóvenes -que promediábamos los 20 años de edad-. Yo sostenía que la experiencia de las elecciones de la provincia de Misiones, donde el Partido Auténtico salió tercero con el 10% de los votos a apenas tres meses de su aparición, era un buen comienzo y nos marcaba el camino para romper el aislamiento al que la derecha pretendía llevarnos.

Desde el inicio mismo de la resistencia hubo propuestas e intentos de lucha armada. Es famosa la anécdota de que, poco después del golpe del 55, estando un grupo de compañeros reunidos en la casa de Scalabrini Ortiz, el joven dirigente bancario Miguel Unamuno propone convocar a la lucha armada. Arturo Jauretche lo interrumpe y le dice: "mire mocito, yo de ese tema conozco algo. Cuando alguien convoca a la lucha armada vienen 10: 9 son policías y el otro es un pelotudo. En este caso el pelotudo va ser usted Unamuno". Esta anécdota se la escuché al compañero Ferraresi -padre del ministro- y al mismo Unamuno y pone luz acerca de que la lucha armada no fue inspirada por la revolución cubana, sino que fue una respuesta a la criminalidad de los gobiernos oligárquicos, golpistas y antipopulares. Montoneros fue un proceso de acumulación de organizaciones políticas con mayor o menor grado de militarización. Desde las acciones espontáneas con bombas, sabotajes y huelgas en los albores de la resistencia peronista, las primeras guerrillas rurales en Tucumán con los Uturuncos en los años 50 y en Salta a principios de los 60, la conformación del MNR Tacuara con Papucho Viera y José Luis Nell a mediados de los 60, las acciones de los comandos del COR y las FAP hacia fines de los 60 junto con la creación de los Desca cuando Dardo sale de prisión después del Operativo Cóndor en Malvinas, hasta la ARP de Cooke, la izquierda troskista con el grupo del vasco Bengochea o las formaciones clásicas de origen comunista con las FAL, o luego del 68 con las FAR, forman parte de una experiencia colectiva de la cual Montoneros expresa un punto de síntesis de años de lucha política contra la alianza oligárquica imperialista. Montoneros era una organización político militar y por eso mismo el verticalismo estaba implícito como forma de conducción, pero mediado por ser una estructura de ámbitos políticos celulares -al estilo de la resistencia-, donde la discusión política estaba presente con mayor o menor riqueza según el frente de acción, fuese sindical, territorial o estudiantil. La personalidad del responsable de cada ámbito influía decididamente en cada nivel de la organización pero yo nunca tuve problemas para ser escuchado en mis planteos, aún después de funcionar al margen y no subordinado a la estructura mayoritaria. Pongo el caso del "Petiso” Nivoli, el “Polo” Martínez"o el “Viejo” Cambiasso que nunca me discriminaron ni me persiguieron cuando compartimos cárcel, aún en la disidencia. Tuve problemas con compañeros oficiales de más bajo nivel que no podían sostener una discusión con argumentos sólidos. Tal el punto, que una vez me pasó que un compañero sindicalista, oficial de bajo nivel de la Orga, me contrargumentó que "no podía discutir conmigo porque yo era un intelectual y él era un obrero": eso no impidió que después, cuando fue intendente de un importante municipio del conurbano, viniese a comer asado a mi casa en algunas juntadas de ex presos políticos. Tampoco tuvieron problemas los compañeros de mi grupo, que en el exilio se reincorporaron a la organización. Yo no compartí nunca la propuesta de partido revolucionario de cuadros ni el devenir posterior dando volantazos y generando alianzas de poder con personajes nefastos como Menem o Duhalde –línea que terminó justificando mi decisión de mantenerme al margen-.

No existió una discusión, un balance sobre la experiencia del Partido Peronista Auténtico en el total de la estructura orgánica. Yo estaba en la cárcel de Devoto y me habían asignado al Partido Auténtico cuando se conformó, porque se necesitaba afianzar una estructura legal. Había mucha esperanza en el desarrollo de la alternativa electoral y la recuperación del potencial revolucionario del movimiento. Teníamos dirigentes muy representativos, de lo más combativo de la historia de la resistencia. Eran compañeros incuestionables y muy queridos por las bases, como Sebastián Borro, Armando Cabo o Andrés Framini, para nombrar sólo algunos de la Conducción Nacional y eso se repetía en todo el país. Seguramente la conducción nacional de Montoneros tendría algún plan de desarrollo de la lucha armada porqué ni bien pasaron las elecciones en Misiones, casi no se habló más del tema y se empezó a poner énfasis en el encuadramiento y la formación militar. Algunos compañeros -como yo- lo hacíamos a desgano, incluso algún alto oficial proveniente de las FAR y fundador de las mismas, luego de obtener la salida del país se desvinculó de la Orga por oposición al creciente militarismo. Siempre tuve la impresión que la alternativa electoral se abandonó como respuesta a la represión criminal que la ultraderecha peronista enquistada en el gobierno de Isabel Perón ejercía sobre las bases militantes y que esas mismas bases exigían una respuesta contundente de la Orga. Creo que esa situación pesó para que se abandonase la alternativa electoral, también la proscripción del Partido Auténtico, al que primero se le había prohibido judicialmente el uso de la palabra Peronista. En el caso de los compañeros presos, éramos pocos los que abiertamente propiciábamos el seguir empujando la alternativa electoral. No había cuestionamiento a lo que planteábamos y éramos escuchados atentamente, pero no éramos tenidos en cuenta -sin ser discriminados-, con la excepción de la no convalidación de un ascenso promovido por Dardo Cabo para mí y el Ñato Iglesias: el Palo Pirles se opuso y siendo el compañero de mayor graduación en la cárcel, su opinión prevaleció. Ni al Ñato ni a mi nos causó ningún desánimo, porque no considerábamos la carrera militar como una alternativa de vida. Tanto es así que le comenté a un compañero que había sido des-promovido y estaba deprimido, que no se hiciera problemas porque las organizaciones políticas eran herramientas del pueblo y estaban sometidas al desgaste natural de toda herramienta y que era el pueblo como sujeto histórico de la revolución, el que promovería a los compañeros útiles en cada circunstancia histórica. Le advertí que cuando algún día saliese en libertad, no abandonase por nada del mundo la verdulería que su vieja tenía en un lugar del conurbano, porqué esa sería su retaguardia organizada y desde allí debería iniciar su verdadera inserción política. Este compañero sobrevivió y algunos años después del retorno de la democracia fue electo diputado Provincial y re-electro por varios períodos, incluso hasta después de la llegada de Néstor al Gobierno.

Ese año de 1975 terminó con el endurecimiento de las condiciones de aislamiento y hambre a las que nos sometía el régimen de Isabel Perón, dominado por los militares, aunque tuviese figuras civiles como carapantalla. En esos días de aislamiento total de fines de 1975, compartía la celda con Dardo Cabo, el Palo Pirles y el Ñato Iglesias. Estuvimos juntos hasta después del golpe de estado del 24 de marzo del 76, cuando nos trasladaron a la cárcel de La Plata y nos separaron en celdas individuales para luego armar los pabellones de la muerte: el pabellón 1 para los presos del PRT-ERP y el 2 para los Montoneros. Al pabellón 2 llevaron a Dardo y al Palo Pirles. El Ñato y yo quedamos en el pabellón 13, en el fondo de la cárcel, conocido como “la Siberia”, donde el régimen era muy duro para quebrarnos, porque no estaba totalmente decidida nuestra muerte. En el medio estaban los pabellones de los presos considerados recuperables que alojaban funcionarios políticos peronistas y sindicalistas que no colaboraban con la dictadura: recuerdo haberme cruzado en el pasillo central que atravesaba toda la cárcel con Osvaldo Papaleo. En ese mismo pasillo vi por última vez a Dardo, que me alcanzó a decir que estaba escribiendo un libro de historia que titularía "400 años de Guerra". A los pocos días lo sacaron de la cárcel y lo fusilaron junto a Rapaport, al Palo Pirles y a Angelito Georgiadis. Tengo el recuerdo eterno del gordo Georgiadis en mis rodillas, cuando tiempo antes -estando todavía en la cárcel de Devoto-, nos encontrábamos tan desnutridos que haciendo gimnasia en un recreo se me cayó encima y me rompió los ligamentos cruzados, dejándome secuelas que llevo todavía.

 

En los días de total encierro de fines del 75, el Ñato Iglesias anticipaba lo irreversible del golpe militar por el vacío de poder del gobierno de Isabel y lo inevitable de la derrota de la organización Montoneros a manos del brutal aparato militar y policial. Comentaba la advertencia que Arturo Jauretche le había hecho a sus sobrinos –uno de ellos Ernesto Jauretche y todos militantes de la Orga-: “ustedes se van a enfrentar a una máquina criminal que los va a aplastar”. El Ñato sugería que había que recomponer el pensamiento Nacional, como directriz de la acción militante porque estábamos perdiendo el rumbo. Al apartarme de la orgánica impuesta en la cárcel de La Plata en el 77, pude dedicar el encierro a analizar la ontonomía de la cultura política de nuestro pueblo y pensar la metodología de análisis conveniente para transitar esa tarea que me imponía la responsabilidad histórica. Primero pensé en estudiar sociología, pero recordaba que las mínimas lecturas que había hecho en mi adolescencia estaban plagadas de citas a los teóricos norteamericanos y también recordé una crítica que los sociólogos argentinos le hacían a Jauretche, por su influencia en los jóvenes de mi generación: “Jauretche es abogado y debería dedicarse al derecho y no a la crítica social que es materia de la sociología”. Arturo les respondía "Yo soy sociólogo de taquito, porqué estudié gastando los tacos de los zapatos caminando las calles de este país". Desde niño admiraba a Jauretche, sus frases y explicaciones paisanas para decodificar lo abstracto en clave popular me sugerían que el camino era el pensamiento nacional. Mi formación teórica era débil, pero tenía presente la fascinación que sentí a mis 13 años leyendo la metodología del folklore en una enciclopedia que tenía mi tío en su casa de Ituzaingó –tío que tenía la costumbre de hacer peñas todos los sábados, en las que participaban cantores y guitarreros del interior del país: me dormía arrullado por las zambas-. Por medio de Hugo Pérez Navarro, estudiante cordobés de Filosofía y miembro de mi grupo de compañeros, conocí al ex rector de la Universidad de Río Cuarto, el doctor Pedro Adán María Godoy. El “negro Adán” gustaba presentarse recitando de memoria al poeta puntano Antonio Esteban Agüero. La tonada de su recitado me llevó a pensar por primera vez en la supervivencia de las tonadas regionales y que ellas eran una manifestación del ser y estar aborigen superpuesto y mixturado en sucesivas capas geológicas por diferentes corrientes migratorias. Esa superposición, esa mixtura, resultaban en un “modo de ser” regional, en una idiosincrasia propia del provinciano. Concluí que no había "un Hombre Universal", sino un hombre concreto que se recreaba por decantación adaptativa de las tradiciones que albergaba en su mochila cultural. Ya tenía un cuarto de camino hecho al poder discernir cuál era el rumbo. La obra poética de Don Antonio Esteban Agüero me llevó a principios de los 90 y durante toda la infame década menemista a conformar un movimiento cultural al que pusimos como nombre "Argentina con Tonada": nos inspiraba el pensamiento del poeta puntano.