LA DICTADURA, MALVINAS, LA RECUPERACIÓN DE LA DEMOCRACIA
1977, LA CONSUMACIÓN DE LA DERROTA
En el año 77 me cruce en el patio de visitas con la hija de un compañero concejal: venía a visitar a su padre preso y me informó de la caída de Elvira, del gordo Titi -mi viejo y querido amigo del barrio, con el que habíamos militado juntos en la JTP- y de varios compañeros y compañeras más. Me dijo también que se suponía que estaban en la ESMA. Ese dato no me destrozó pero me lleno el alma de una profunda tristeza porqué eran mis compañeros más queridos.
Desde fines del 75 sabíamos que había centros clandestinos de detención, porque llegaban a la cárcel de Devoto compañeros que habían estado secuestrados en "chupaderos". Lo que todavía no imaginábamos era que lo que estaba en desarrollo era una política de exterminio de una generación entera. Supongo que de haberlo sabido, habría cambiado la estrategia para enfrentar lo que se venía. Es infantil enamorarse de una herramienta: las orgas fueron herramientas que el pueblo creó y usó en su lucha política por la liberación. Pero las herramientas políticas no pueden constituir una estrategia política en sí mismas. Toda estrategia requiere identificar el proyecto del oponente y adaptar la lucha para hacerla más eficaz pagando los menores costos en el camino hacia un posible triunfo popular. Al estar preso y pertenecer a un nivel bajo de la Orga, no tenía acceso a los planes de la Conducción Nacional. No hubiese cambiado mucho la historia porque la criminalidad de la derecha oligárquica es cultural: su creencia en la superioridad de la casta terrateniente los hizo siempre negadores de la vida de todos aquellos que no se sometieran a sus intereses. "No ahorre sangre de gauchos" no fue una frase literaria: fue una divisa de la oligarquía. Usar la pandemia como ariete político incitando a "la gente" a no cuidarse para luego culpar al Gobierno legítimo por los muertos, es una demostración de que pueden cambiar las formas pero no el desprecio por la vida de "los otros".
El año 77 fue el de la consumación de la derrota. Se escuchaban tiroteos en los barrios periféricos a la cárcel, primero el ruido de disparos de grueso calibre seguido por el ruido de disparos de calibres más pequeños: en esos momentos imaginábamos que un/una compañero/a se estaba jugando la vida. Cuando el estruendo de las ametralladoras era respondido por el silencio, sabíamos que la muerte proclamaba su triunfo sobre la patria, que resistía heroicamente como si estuviese en una pequeña Batalla de Obligado. Tal vez parezca desmesurada la comparación con la Batalla de Obligado, pero teníamos claro que el proyecto económico que sostenían los militares era la segunda parte de la enajenación a los capitales trasnacionales de los recursos económicos del pueblo argentino. Venían a terminar lo que en un contexto político e histórico diferente había comenzado Aramburu en el 55 y continuado Onganía en el 66. Todos los militantes revolucionarios de los años 70, incluyendo a los de la izquierda marxista como el PRT-ERP, sabíamos que la lucha era entre los intereses nacionales y el imperialismo norteamericano.
El peronismo era la identidad política de la clase trabajadora, a los que teníamos origen peronista nos habían criado reivindicando a Rosas y a los caudillos federales: por eso llamarnos peronistas y montoneros era para nosotros la síntesis de la identidad de la patria. Si tuviera que sintetizar en objetos la esencia de la patria creo que caminaría de Ushuaia a la Quiaca con un frasco con gotero y juntaría lágrimas y sudores de los trabajadores que la construyen día a día. Patria es esa entelequia que nos representa en sus símbolos pero que no es esos símbolos, porque hoy cualquier agrogarca envuelto en la bandera Argentina no es otra cosa que un vendepatria camuflado o un botarate perdido de sí mismo, un bobeta se decía en tiempos mi abuela, o un tilingo si se quiere un argentinismo de más puro linaje -esa palabra nació en tiempos de Hernandarias y proviene de “tilín”, el ruido de la campanita en la misa que llama a arrodillarse-. La traducción de sentido es que el tilingo se arrodilla ante el ruido de la campanita, se subyuga ante lo extranjero. El idioma guaraní era la lengua hablada en los tiempos de la fundación de Buenos Aires y esa voz del bajo pueblo pervivió cuatrocientos años y sigue dando la batalla cultural contra la dominación extranjera.
La patria resistía en cada militante que no se sometía a la criminalidad del proyecto oligarca de los Martínez de Hoz, Blaquier y el resto del grupo Azcuenaga, que buscaba terminar con los trabajadores organizados y su conciencia patriótica sabiendo que si lo lograban simultáneamente terminarían con su identidad política peronista.
Fue durante el 77 cuando, junto con la discusión de si la conducción nacional de la Orga debía salir del país para evitar la derrota total, se planteo la discusión insensata del paso de la identidad peronista a la identidad montonera. Un grupo de compañeros encabezados por el Ñato Iglesias, el glóbulo Leiva y yo sosteníamos que era un error total porque el pueblo no cambia su identidad en medio del más extremo enfrentamiento contra su enemigo estratégico: la oligarquía y el imperialismo. Yo conocía desde muy chico que significaba ese “¡viva Perón carajo!”, cuando un paisano soltaba su rabia acumulada al tomarse un vino de más en algún asado. Ese grito era la síntesis de su conciencia transformada en identidad política. Era una insensatez pretender cambiar de caballo a mitad del río en medio de la correntada. Prendido a la cola de su caballo el paisano cruza el río cuando viene escapando de la partida: dejar la identidad era abandonar la razón de ser.
No existe la política sociedad anónima, el personalismo es la corporizacion de un conjunto de valores que un líder representa para sus seguidores: eso era Perón cuando mi vieja y cientos de miles de trabajadores lo salieron a rescatar el 17 de octubre de 1945, eso había sido el Irigoyen en los años treinta. La alvearizacion del Partido Radical significó la institucionalización del radicalismo a través de un personalismo admitido por el sistema oligárquico de la década infame. El macrismo es la estructuración política del egoísmo: no se autodenominan Egoístas Unidos, toman el nombre del más rapaz de todos ellos. El kirchnerismo es la identidad que asumió una clase media empobrecida por los cantos de sirena de los cachafases vendepatria del menemismo neoliberal trasvestidos en populistas porque "si decía lo que iba a hacer no los votaba nadie". Siempre la identidad política toma un apellido como bandera. El oportunismo cachivache y vendepatria se llamó menemismo y los peronistas fuimos corridos a los márgenes del pasado, nos habíamos “quedado en el 45”. El Lobito Rodríguez Saa, líder de los nuevos Descas, fue la primera víctima pagando con su vida el haber acusado de traidor a Menem. Lo que los asonzadores seriales autodenominados periodistas nombran como kirchnerismo, el viejo pueblo lo llama peronismo: es lo que se transmitió de padres a hijos como sinónimo de políticas sociales inclusivas. Si hay que ponerle un nombre le ponemos el apellido del padre de la criatura.
El campo de la antinacion llama kirchnerismo al peronismo que no se adapta al sistema capitalista pero ese peronismo irreductible no es otra cosa que eso, peronismo irreductible, o incorregible diría Borges. La intención de separar al peronismo del kirchnerismo es dividir al pueblo. Eso era el temor que teníamos en la cárcel aquel nefasto año 1977: dividir al peronismo en montoneros y peronismo ortodoxo era una actitud necia del vanguardismo, un engreimiento estúpido creído que la más noble entrega de la vida militante podía ser seguida por el pueblo, sin entender que los pueblos son necesariamente conservadores porque necesitan conservar la vida. No se lidera al pueblo convocando a la épica muerte. Artigas no fue líder del pueblo Oriental por arte de magia: primero fue el líder de los gauchos orientales que trabajaban en los márgenes del sistema mercantil español y fue líder de los aborígenes orientales al asociarlos a la exportación de cueros y plumas directamente con los holandeses sin hacer la triangulación con el imperio Portugués del Brasil. Y tal fue su liderazgo que el imperio español, al saber que su guerra fría con Inglaterra sería guerra caliente en el Río de la Plata, crea el Virreinato y trata de ordenar el interior del territorio oriental asentando a los gauchos, nombrando para eso al hasta entonces bandido Pepe Artigas como Juez de Pedanía. La tierra era medida en pies, varas y leguas. Artigas era el encargado de otorgar las tierras a los gauchos que ya tenían en usufructo sin pedir permiso a un rey que ellos no conocían ni les importaba conocer. Cuando era inminente la guerra con Brasil en el Río de la Plata, que el imperio español quería evitar para que no se trasladará a Europa, puso al mismo Artigas como jefe del Cuerpo de Blandengues. Transformó a los mejores jinetes del Río de la Plata y sus aliados -los indios charrúas- en la fuerza de contención contra el imperialismo inglés que operaba en Brasil por mano de Portugal. Ese jefe de los orientales le dio a los argentinos todos, su primer independencia en 1815 y lo pudo hacer porque ya antes había emergido como líder de una propuesta política y económica inclusiva. "La tierra es para el que la trabaja". Así como el artiguismo fue el primer movimiento político del pueblo argentino, también surgió el peronismo en torno a un líder que supo estructurar la fuerza de los trabajadores organizados en una propuesta económica inclusiva y esa fuerza tomó cuerpo en un movimiento que el pueblo llamó peronismo. El pueblo no cambia de idea sino cambia de enemigo. Cambiar la identidad del pueblo cuando se estaba enfrentando a su enemigo histórico era cuanto menos una soncera. En ese contexto, en la cárcel de La Plata U-9, pedimos el estado de Asamblea para toda la organización. La respuesta fue la intervención de los ámbitos de encuadramiento y no acepté que me pusieran de conducción a un buen muchacho pero que venía de ser militante radical hasta hacia escasos 2 años -sólo la concientización amorosa de una compañera de la JUP lo transformó en militante peronista-. Esas cosas, que el verticalismo produce cuando es ejercido por un desconocedor de cómo se arma un apero gaucho, lleva al jinete a perder la tropilla. Me separé voluntariamente de la Orga y lo que fue una separación individual termino en que una treintena de compañeros me siguieran. Nos seguiamos sintiendo parte de la juventud maravillosa pero no íbamos a transitar el camino de dejar de ser peronistas. La ruptura agregó a lo terrible de aquel año, la tristeza del alejamiento del espacio de pertenencia que nos había cobijado durante años.
Una vez que admitimos la derrota, nos abocamos a construir la “salida de la cárcel”, para lo que necesitábamos que a la dictadura le fuese más costoso tener a los militantes presos que libres. En España se estaba viviendo el post franquismo y recordé que de chico nos decían en el Patronato Español que los descendientes de españoles éramos considerados ciudadanos de España hasta la quinta generación del emigrado español originario. Esta vieja ley de la corona española de mediados de 1830, fue sancionada con la esperanza de recuperar sus posesiones en Sudamérica a través de algún líder popular que se sintiese “angustiado” y desease someterse a la corona para des-angustiarse pidiéndole perdón al rey Fernando VII por lo actuado durante la revolución. La necesidad agudiza el ingenio y aunque se nos acusa de tener pocas luces a los descendientes de gallegos, se me ocurrió como camino posible pedir la doble ciudadanía y a través de los resurgidos sindicatos obreros de España, armar una corriente que pidiese nuestra libertad y apadrinase a cada preso según su rama de trabajo. Nos pusimos a trabajar y pronto logramos que muchos familiares, revolviendo papeles, lograsen sacar la ciudadanía española y luego tramitar la del vástago preso. Así logramos una corriente de empatía con muchas familias que habían quedado del otro lado del océano.
En esos tiempos y en el mismo pabellón estaba preso Carlitos Slepoy, un abogado que cambiaría la historia de la justicia universal. Carlitos era abogado de Wanda, la esposa de Eduardo Anguita. Wanda era hija de un dentista de Villa Adelina donde se atendían las caries los pibes del barrio. Ese mínimo vínculo genero simpatía entre nosotros y solíamos juntarnos en los recreos a charlar de derecho. Le comenté mi propuesta de que si obteníamos la doble ciudadanía podíamos intentar que fuerzas políticas de otros países se interesaron en nuestra libertad. Carlitos recordó tener un abuelo español y pronto logró la ciudadanía española.
Entre las cosas que conversábamos con Carlitos estaba la validez de un juicio internacional para el delito de crímenes de lesa humanidad. Sólo existía el antecedente de Nuremberg, no era fácil de instrumentar y lo primero que debíamos conseguir era un juez que reclamase jurisdicción por los crímenes contra ciudadanos de su país en Argentina o Chile. En noviembre de 1978, cuando la pareja real española vino a la Argentina, negocio con la dictadura una lista de presos políticos a los que les fue dada la opción de irse a España. El rey obtuvo una imagen de rey progresista y antifascista que le venía muy bien para consolidar su advenedizo poder y la dictadura mejoró algo su imagen criminal. Carlitos Slepoy viajó a España y tiempo después empezó su lucha por conseguir un juzgado donde presentar un habeas corpus para algunos ciudadanos españoles desaparecidos en Argentina: tuvo la suerte de encontrarse con el juez Garzón que se conmovió e hizo lugar a sus peticiones y comenzó la historia que llevaría al juez a encauzar a Pinochet y a Carlitos Slepoy a ser abogado de familiares de desaparecidos durante la guerra civil española. Esa lucha hartó a la derecha franquista y un Guardia Civil le metió a Carlitos un tiro en la médula y lo dejó en silla de ruedas para el resto de su vida. Hace algunos años, un 24 de marzo, estaba terminando de tomar un café con mi compañera en una confitería sobre Avenida de Mayo cuando entra Eduardo Anguita buscando alguna mesa vacía en el repleto salón, nos vemos, nos abrazamos y Eduardo me cuenta que había dejado a Carlitos Slepoy a mitad de cuadra mirando la marcha. Salí corriendo y lo encontré sentado en su silla de ruedas con cara de triste emoción y lo estreche en un tierno abrazo -que me hace lagrimear ahora, al recordarlo-. Meses después falleció: gran amigo y luchador por la justicia universal que la vida militante me regalo en la cárcel U-9 de La Plata.
Carlitos Slepoy fue abogado por la querella en el juicio sobre desapariciones de familiares de argentinos descendientes de españoles en el juicio que se investiga en el juzgado de la doctora María Servini de Cubría y de familiares chilenos a Pinochet en el juzgado de Garzón en España. La doctrina jurídica se construye con jurisprudencia y Carlitos no tenía tras de sí una potencia ganadora de la segunda guerra mundial: sólo su tozudez gallega, universalismo argento, garra militante y sed de justicia, mucha sed de justicia.
Recuerdo que en ese año 77 y a principios del 78, buscando las razones políticas de la derrota -más allá de la siniestra criminalidad del régimen oligarquico gerenciado por los mandos militares de la dictadura de Videla-, analizábamos la cultura popular argentina y concluíamos que no se había terminado de “cocinar una personalidad” colectiva y por ende de raigambre nacional. Después del genocidio mitrista, que mató 65.000 argentinos en el interior y el posterior genocidio de Roca sobre los aborígenes en la cínicamente llamada “campaña del desierto” –desierto habitado por pueblos que tenían culturas perfectamente adaptadas al espacio geográfico que ocupaban-, el inmigrante no tuvo mayormente una guía de cómo ser y estar en ese hábitat nuevo que tenía dueños y donde sus saberes y costumbres no eran compartidos más que por el puñado de connacionales que co-habitaban en la colonia y a veces ni siquiera por ellos. La única referencia cultural era la nostalgia por un arraigo perdido y su razón de existir no era ya gregaria sino individual. Tener para ser sería su deontología existencial, difícil de consumar sino había más patria heredada que su desarraigo y la tierra pensada estaba consumida por apropiadores que en el mejor de los casos tenían tres o cuatro generaciones de rapacidad sobre los espacios que administraban para usufructo del orden imperial británico. El naturalista francés Alcide d'Orbigny caminando el territorio argentino de la década de 1820, concluyó que los mejores individuos sanos eran los que menos cultura tenían, los cazadores recolectores de la Pampa y Patagonia, donde era común encontrar seres perfectamente erguidos y con dentadura completa de más de 70 años. Alcide d'Orbigny no podía reconocer una Arcadia feliz porque esa tierra no era una sublimada Europa campesina sino una América extrema y salvaje, carente de cultura -la de ellos-. Ese modelo cultural de pensarse en la ausencia, crea individuos sin responsabilidad gregaria que no pueden liderar más que su aspiración individual de poder. Un poder autoritario desde la tradición occidental eurocentrica. Los caudillos que lideran pueblos saben que son líderes mientras el pueblo los reconozca como conductores hacia metas vivibles y dejarán de serlo cuando lo conduzcan a la derrota y la muerte.
Alfonsin construyó su liderazgo convocando a la vida con su consigna "con democracia se cura, se educa y se vive", siendo la antítesis de la reciente historia trágica del peronismo. La teoría de los dos demonios emergió sobre un sentimiento colectivo de otredad de la historia. No había pasado nada, porque a mí no me había pasado nada. Yo argentino, era otra vez como en la década del treinta: un modo de ser, no siendo. Borges y el Che son arquetipos universales profundamente argentinos, aún pareciendo opuestos. ¿Cómo puede un régimen masacrar a su propio pueblo?, ¿cómo un líder puede no mensurar la inminente derrota si no es por la agenidad de lo que pretende representar?. "La política es el arte de lo posible" decía Perón y el Ñato Iglesias agregaba que "el político debe tornar posible lo necesario": lo primeramente necesario para un conductor de masas es sostener su pueblo con vida aunque para ello sea necesario eclipsar su figura hacia un papel secundario o extrañarse 18 años hasta que la estupidez de la sinrazón admita que sólo ese líder puede conducir un orden vivibles para todos.
Durante el 77 mi viejo trató de ayudarme a obtener la ciudadanía española, pero se enganchó en la militancia con unos primos, empezó a hacer de correo entre San Pablo y Buenos Aires y dejo de venir a verme: murió el 78 enfermo de cáncer en un hospital de Concordia, Entre Ríos, al descomponerse volviendo de San Pablo. Muchos familiares de presos de la U9 de La Plata fueron secuestrados y desaparecidos: a mi viejo lo habían seguido un par de veces, pero su experiencia como militante clandestino le permitió darse cuenta y cambiar de destino. Eso lo llevo a irse a su pueblo, en Corrientes y luego a engancharse en la militancia: no lo volví a ver.
Mientras tanto las torturas en los calabozos de la cárcel eran tapadas con música estridente para que no se escucharán los gritos de dolor. Tengo la secuela de un golpe en los oídos con los dos puños: se la debo a un sargento apodado "la Chancha", que por suerte se desbalanceo al golpearme, lo que me permitió fintear y atemperar el puñetazo, sino hoy estaría totalmente sordo. Tengo problemas de audición y pérdida de equilibrio que los años van aumentando, pero todavía puedo mantenerme erguido.
A principios del 78, mi vieja fue a visitarme el día de mi cumpleaños que por casualidad coincidía con el día de visita. No pudimos vernos porque yo estaba sancionado en los calabozos. Se volvió con la torta de cumpleaños que había hecho y entró en un pozo depresivo del que no salió: no la volví a ver.
Curtido en el dolor traté de ser uno de los sostenes del grupo de compañeros en la hermandad de la cárcel. “La Risa”, tratado de humor escrito por l uruguayo Wimpi me dio algunas claves para la utilización de la risa como terapia frente al dolor y las sinteticé en una frase: "…en la cárcel, el humor es un recurso de amparo". La “banda peronista” fue el apodo con que intentaban denostarnos por nuestra forma de funcionar, donde el ámbito orgánico parecía un encuentro de amigos en torno a la mesa de un bar. El Ñato había trabajado en la agencia periodística Saporiti y su amistad con Pajarito García Lupo había contribuído a formarlo en el análisis de las noticias y en cómo extraer información, aún de los medios periodísticos conservadores -García Lupo había sido el cofundador de Prensa Latina en Cuba junto a Rodolfo Walsh y también participó del diario de la CGT de Los Argentinos-. Los diarios La Nación, Clarín y La Prensa entraban a la cárcel de La Plata, pero eran censuradas con tinta negra todas las noticias consideradas políticas. Las económicas, sociales, internacionales, necrológicas nos permitían obtener material informativo: usando el método García Lupo podíamos desentrañar la situación coyuntural con una asombrosa precisión. Inferíamos la situación política de la evolución de las variables económicas, de la lista de asistentes a las fiestas de la “alta sociedad”, de los concurrentes a los entierros o de las esquelas lamentando determinadas muertes en las necrológicas.
La lógica formal con su método deductivo nos permitía inferir la razón suficiente que movía la razón eficiente de cada hecho y el discurrir posible de los acontecimientos. El análisis colectivo de una veintena de compañeros que rotábamos ámbitos de discusión y análisis, mejoraba y agilizaba lo que un sólo cerebro podía sintetizar. La uniformidad de formación puede ser útil para la profundidad científica en determinada materia pero no es trasladable a los análisis del devenir político tan necesario para quien lucha por obtener su libertad.
El año 77 terminó con un claro sentimiento de derrota, pero no nos recuerdo desmoralizados en extremo por esto. Algunos, la mayoría, porque seguían la línea triunfalista de la conducción nacional de la Orga, otros porque teníamos la certeza que ninguna dictadura por más asesina que fuera podía exterminar al pueblo organizado y a su identidad política, el Peronismo. Habíamos tardado 18 años en vencer a la oligarquía y sus dictaduras o democracias tuteladas con partidos formalistas, pero con la mayoría popular prohibida. Más temprano que tarde se pisarían los cordones demasiado largos de sus borceguíes y se caerían enredados en las consecuencias de su propia brutalidad. Se trataba de no copiar en espejo, pretender ganar volviendo a transitar el camino de la derrota era ingenuamente funcional a los planes de la dictadura. Pensábamos que debíamos analizar las causas de la ya evidente derrota pero no como un militar que analiza una batalla perdida, sino como verdaderos cuadros políticos populares en formación. Era necesario entender el proceso de construcción, acumulación y desarrollo de los vectores políticos que llevaron al pueblo a no poder escapar a la lógica de la estrategia imperialista. Las razones profundas deberían buscarse en los cimientos de la historia de nuestro pueblo: a ojos de hoy podría parecer una petulancia diletante que un grupo de hombres sin más herramientas que su memoria y sus autodidactas formaciones pretendiera echarse al hombro semejante tarea intelectual. También podría tomarse como una forma de escapar a la realidad opresiva de la cárcel, de las torturas y de los asesinatos. Pero no, la contingencia criminal en las que vivíamos era el marco, la razón de ser como militantes políticos era ser útiles a la causa de la liberación de nuestra patria y por eso debíamos explorar desde sus bases la formación de la conciencia nacional de nuestro pueblo y ver sus fortalezas y debilidades. El pueblo construye movimientos políticos históricos en torno a un líder capaz de representarlos y conducirlos, ese primer líder fue Hernandarias, liderazgo que nace luchando contra una contradicción también fundante, los contrabandistas Confederados de Buenos Aires. Las organizaciones son como los líderes, se desarrollan, transcurren y se desgastan con el paso del tiempo. La Orga no podía escapar a esa dinámica de la historia y era inútil tratar de emparchar o soldar una herramienta rota, había que construir otra nueva, pero no sería un grupo de iluminados encerrados en un gabinete carcelario los que iban a poner los fundamentos de esa historia. Como siempre sería el pueblo en forma inorgánica, el que construiría el camino hacia la nueva herramienta.
1978, EL MUNDIAL
El año 1978 lo pasé en la cárcel U9 de La Plata, con el grupo "disidente" consolidado y en pleno funcionamiento político. La empatía y el compañerismo nos permitío sobrevivir sin que ningún compañero cayera en la depresión. Sólo uno somatizo la separación de su pareja y el estrés de la impotencia le generó un problema gástrico severo que lo tuvo adelgazando hasta un extremo preocupante. Nuestros mínimos conocimientos de las teorías de Pichón Riviere sobre la psicología grupal, nos ayudaron a que las charlas de grupo fuesen una terapia válida -a falta de otras-. La terapia de grupo podría resumirse en la máxima "mal de muchos, consuelo de tontos", la catarsis colectiva activaba el humor como edulcorante ante los malos tragos.
El compañero era un laburante ferroviario, sindicalista de la JTP y cuadro orgánico. Conoció en la militancia a una joven médica también de la JTP, se casaron y formaron una pareja militante, pero las diferencias de clase empezarían a poner en cuestión los proyectos de vida de cada uno. Ella pertenecía a una familia patricia del interior y la prematura caída de su compañero en el año 75, no sólo rompió el desarrollo de su vida común sino que la fue alejándo de la militancia hasta tal punto que en un momento comenzó a presionarlo a él para que también la abandone. El compañero estaba embretado en un problema de imposible resolución mientras estuviera preso.
Otros compañeros perdieron sus parejas milicianas en operativos represivos o las tenían presas en la cárcel de Villa Devoto: desesperaban por saber de sus hijos y recibir alguna noticia por medio de sus familias. Las parejas en las que ambos estaban encarcelados podían intercambiar por medio de cartas cruzadas ya que no existía correspondencia directa entre establecimientos carcelarios. En estos tiempos de teléfonos celulares es difícil transmitir la ansiedad y alegría que representaba recibir un papel escrito con la letra de un ser querido.
El año 78 también fue el del Mundial: la transmisión de los partidos por los altoparlantes servía para tapar los gritos de las golpizas en los calabozos, algún triunfo del seleccionado nacional fue festejado con chorizos a la pomarola -deleite de los estómagos hambrientos y consecuencias para los hígados enfermos por la mala comida-.
Cada Cuerpo de Ejército quería tener sus rehenes y disputaban con el mando central por no dejar salir presos que obtenían algún salvoconducto por presión internacional. Tal fue el caso de Juan Méndez, que tenía relación de amistad con los más jóvenes de la familia Kennedy de Estados Unidos: la presión de la Embajada llevó a Videla a mandar tomar por asalto la cárcel de La Plata por medio de una compañía del Regimiento de Patricios. Un helicóptero bajó en la cancha de fútbol del penal, mientras las pasarelas de seguridad estaban llenas de oficiales y subalternos apuntando para todos lados, pensábamos que nos ametrallarían desde las pasarelas hacia los patios donde estábamos en ese momento. Lo llamaron a Juan y se lo llevaron, mientras nosotros temíamos por su vida. Juan nos había contado de que los Kennedy habían planteado su caso en el Senado de Estados Unidos y que la embajada había emplazado al Gobierno de Videla. Al poco tiempo nos llegó la noticia, por la hermana del Ñato Iglesias -que estaba exiliada en Washington-, que Juan había llegado y que estaba activando la petición de libertad para una lista de presos políticos que mayormente eran de nuestro grupo, porque eran nuestros nombres los que había podido retener en su memoria. La noticia nos dio un respiro, iba a ser más difícil que nos mataran impunemente. También nos había llegado la noticia que la ESMA había sido vaciada y los compañeros que estaban chupados habían sido trasladados a una isla en el Tigre.
En esos meses se conocieron las noticias sobre el dialogo iniciado entre la Marina y Montoneros en París y los seguidores de la conducción nacional festejaban lo que creían mostraba la enorme fortaleza de la Orga e incluso la paridad de fuerzas con el aparato represivo de la Dictadura. Nosotros sospechábamos que cuando un contendiente reconoce equilibrio de fuerzas ante un enemigo en retirada, sólo está esperando que se reordene para aniquilarlo más fácil. La soberbia es un arma que siempre juega para el enemigo: Massera armaba su siniestro proyecto personal y si no tenía humanidad con sus prisioneros tampoco la tendría con sus enemigos, que se medían sonrientes a su altura. La ingenuidad es la hermana menor de la soberbia y las dos juntas crían a la estupidez. Nada quita el heroísmo de los compañeros que dieron su vida en esos tiempos de lucha contra la dictadura, pero los cuadros políticos no pueden serlo sin capacidad reflexiva sobre el acontecer diario. No se aporta al crecimiento de un proceso de liberación nacional sin analizar los pro y contras de cada acto que hace la fuerza propia en relación a la estrategia del campo enemigo. Los otros también actúan, no hay táctica válida si no se conoce la estrategia del enemigo. La suma de las tácticas nunca da una estrategia a menos que el contrario no tenga ninguna. Bien dice el refrán: "cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía".
Pasó el año 78 con el triunfalismo del mundial y una aparente derrota del pueblo argentino corporizada en sus organizaciones y militantes de vanguardia. Aparente digo porque el campo de la antipatria no tenía un proyecto político inclusivo para toda la sociedad. Desindustrializar para acabar con las organizaciones obreras y en consecuencia con la identidad política que las reunía en un proyecto de país contrapuesto al de la oligarquía agraria y financiera, no podía nunca llegar a ser un proyecto político autosustentable.
1979-1983, MALVINAS, LA RECUPERACIÓN DE LA DEMOCRACIA
El año 79 fue el año del estreno de la nueva cárcel de Caseros en el barrio de Parque Patricios, ubicada junto a la vieja que construyó Sarmiento y fue el alojamiento permanente de la primera resistencia peronista, donde se graduaron los primeros cuadros del peronismo revolucionario como corriente política. La dictadura reflotó la casi terminada alcaldía de los tribunales porteños que la dictadura de Ongania había impulsado en los años 60. Mónica Mihanovich fue la encargada de dorar la píldora para el noticiero más visto de la Televisión Argentina, haciendo bonito y humano un proyecto de cárcel yanki condenado por la ONU. Entre sus primeros ocupantes estaban una veintena de dirigentes sindicales orientados por un muchacho que había peleado en la toma del frigorífico Lisandro de La Torre junto a Dardo Cabo. Saúl Ubaldini era quien Dardo me había señalado en el año 75 como un futuro gran dirigente de la CGT -cuando ganó la conducción del gremio de los cerveceros-. Dardo ya no estaba para verlo, porque la dictadura lo había asesinado, pero su ojo visionario de gran comandante de hombres de pelea no se había equivocado. Al poco tiempo los soltaron ante lo que amenazaba con ser una escalada de enfrentamiento con la clase obrera peronista en las calles y descomprimieron reinventando el viejo participacionismo con el liberado Jorge Triaca, al que le perdonaron todas las acusaciones de malversación de fondos en el manejo de la obra social de los obreros de la industria plástica. Un mes y medio después nos trasladaron a casi todos los presos políticos de la cárcel de La Plata hacia esa enorme jaula de dos torres de hormigón, de 20 pisos, donde las ventanas dejaban pasar la luz pero nunca veíamos el sol. Allí nos hicieron una patraña de juicio militar con un tribunal integrado por hombres de las fuerzas de seguridad y penitenciarios, presididos por un coronel de apellido Sanchez Toranzo: nos interrogaron para luego aplicar una sentencia secreta y posterior condena -que nunca conocimos-. Como anécdota me quedó una sanción en los calabozos por treparme a las rejas de mi celda para ver el sol sobre el Río de la Plata: casi todos los días lo hacía para deleitarme con los amaneceres que me devolvían la condición humana. Firme gustoso la sanción que decía “por treparse a la reja para ver el sol”. Cuatro días después, el 25 de mayo me levantaron la sanción como perdón patriótico al estilo rivadaviano. En esa cárcel, donde la piel se nos ponía amarillo-verdosa por la falta de sol, estuvimos dos años: muchos compañeros se volvieron locos y algunos se suicidaron o los suicidaron. El mamotreto gris iba a ser demolido años después por Néstor Kirchner, que antes de apretar el botón de la demolición, en presencia de Cristina Fernández, nos dijo al centenar de ex presos políticos que estábamos presentes: "…algún día el pueblo argentino los honrara" por haber resistido a la dictadura junto con las Madres y hacer que vuelva la democracia.
En la cárcel de La Plata volvimos a reunirnos la mayoría del grupo original aunque una media docena de compañeros habían logrado salir al exilio en Suecia, Noruega, España y Estados Unidos. El Ñato Iglesias fue expulsado por ser uruguayo de nacimiento -aunque sus padres fuesen argentinos y toda su vida hubiera vivido aquí defendiendo los intereses nacionales contra el imperialismo-. Logró volver recién en los años 90 para reintegrarse inmediatamente a la lucha política del movimiento peronista hasta morir de un ataque al corazón, gastado por tanta pelea, luego de lograr fundar el Frente para la Victoria en Lomas de Zamora -donde había sido secretario de gobierno en la Intendencia municipal del querido "Gordo” Mendieta-.
El año 81 fue selectivamente represivo y se ensañó con los compañeros de menor compromiso político o menor inserción orgánica. Esto podía devenir en dos posibles caminos: que decidieran asesinar a los que nos consideraban irrecuperables o que estuviesen pensando en una salida política a mediano plazo y soltar a los que consideraban menos peligrosos. El año 81 significó el fin del miedo cuando Teatro Abierto se animó a manifestar el hartazgo de las clase media con un fervoroso apoyo de público que no pudo ser silenciado con las bombas. La comisión de los 25, presidida por Saúl Ubaldini, empezó a movilizar a la clase obrera y a salir a la calle, cientos de conflictos de fábrica tensaron la conflictividad social.
El gobierno de Galtieri marcaba la continuidad de la supremacía del ejército por sobre el resto de las fuerzas cuando originalmente los golpistas habían pensado en una alternancia con un primer turno de 4 años para el ejército, luego un periodo de tiempo similar para la Marina -con Emilio Massera como presidente- y por último otro periodo para la aeronáutica. El agotamiento del proyecto económico de la oligarquía agrofinanciera, bajo la dirección de Martínez de Hoz, implosionó por estrangulamiento externo e imperio de una bicicleta financiera que género una enorme deuda externa en dólares, más la destrucción de la pequeña y mediana industria por invasión de productos importados a precios de liquidación internacional por sobre-stock. El turno de Massera podía implicar una salida de ese modelo y un intento de recomposición del modelo industrialista, pero la oligarquía -aunque siempre tuvo preferencia por la Marina culturalmente pro-británica-, no podía apoyar de ninguna manera el resurgimiento de un industrialismo que a la larga podría hacer renacer el germen del populismo que tanto habían combatido. No habían proyectado matar 70 mil personas para destruir el peronismo y luego dejar que naciese un caudillo semipopulista de apellido italiano y con vínculos con la logia italiana P2. El gobierno de Roberto Viola, jefe del ejército, reemplazo al de Videla y cerró el camino al proyecto de Massera, que quedó definitivamente enterrado al asumir Galtieri.
El almirante Anaya –reemplazante de Massera al frente de la Armada-, había condicionado su apoyo a que el ejército recuperase Las Malvinas. El ejército, ya sin proyecto propio, vio en esa aventura militar una salida política que le podía asegurar la continuidad de un gobierno cuestionado por los trabajadores y parte de la clase media, ambos sectores hartos de la explotación, el empobrecimiento y el corte de plano de cualquier posibilidad de movilidad social ascendente. Adicionalmente la represión generó una corriente de exiliados que empezó con la militancia política -que huía para salvar la vida- y continuo con profesionales que veían imposible desarrollarse en un país en el que sus gobernantes mataban o desaparecían a las disidencias y gobernaban solo para una casta oligárquica y parasitaria capaz de bien vivir de la renta financiera sin importarle que sucediera con el resto de los argentinos.
La movilización de la clase trabajadora sostenía la presión política de la Multipartidaria, espacio en el que los partidos tradicionales proyectaban una pronta recuperación democrática. Un par de días antes del desembarco en Malvinas una masiva marcha de la CGT encabezada por Saúl Ubaldini -ya emergido cómo líder de los trabajadores-, termino con heridos y un muerto por la represión policial. El desembarco en Malvinas implicaba el cambio de etapa más formidable del periodo de la dictadura, a priori con dos posibles desenlaces: lograr sostener las islas sin guerra para lo cual iba a ser necesario un desarrollo industrial y económico inusitado imponiéndonos como actores importantes en el contexto internacional –para ello se necesitaba unidad política interna, que imprescindiblemente implicaba la liberación de los presos políticos-, o que Inglaterra se lanzara a la guerra, escenario en el cual lo más probable era la derrota que arrastraría a la dictadura –y la democracia terminaría imponiéndose sobre tanta brutalidad criminal-.
En el año 1975 Inglaterra manda la expedición Shackleton a Las Malvinas, para estudiar la posibilidad de extraer petróleo para el falleciente imperio británico -dependiente de las minas de carbón y de los obreros mineros enrolados en el ala dura del Partido Laborista-. El petróleo era la salida para el resurgimiento del imperio. Pero Noruega descubrió petróleo en el mar del Norte en 1978 y la empresa anglo-holandesa Shell se puso rápidamente a desarrollar su explotación en los territorios marítimos escoceses, perdiendo de inmediato interés por Malvinas. Sin embargo el marido de la primer ministra británica, era el director de las Falklands Company, principal empresa de explotación de las Malvinas y ningún CEO larga su hueso sin pelear. A Thatcher le importó un carajo la distancia entre Inglaterra y Las Malvinas: vio la oportunidad de relanzar su cuestionado gobierno y se mandó a la aventura sin piedad para los propios y menos para los extraños. El conflicto terminó con la rendición Argentina y la extinción del proyecto oligárquico militar.
Durante la guerra vino a verme un capitán del ejército y me habló de que la fuerza sabía que yo era un militante nacionalista, que estaban en conocimiento de los pedidos internacionales que se hacían por mi libertad, que estaban persuadidos de que había que buscar la unidad nacional y un par de obviedades más. Lo más extraño fue que me dio la mano a modo de saludo de despedida. La visita de éste capitán era un hecho más que se sumaba a una serie de novedades vinculadas a la lucha por nuestra libertad: una carta del Papa pidiendo por los presos a disposición del PE y en lo personal una visa de ingreso otorgada por Suecia y otra por Estados Unidos sin que yo las tramitase –aunque era obvio que el Ñato Iglesias era el impulsor de la visa sueca y el Glóbulo Leiva de la yanqui-. Más allá de lo del Ñato y el Glóbulo, debía haber una movida más importante para ameritar la visita de un capitán del Ejército. Pensé que probablemente Cacho Roig y Carlitos Slepoy estarían activando por mi libertad en España. Sin embargo en febrero del 83, estando ya en libertad, me enteré lo que había pasado: Amnistía Internacional había tomado mi caso y había formado un grupo en San Francisco para que se ocupase de peticionar mi libertad. La concurrencia de todas estas presiones ayudaron, en el contexto de la guerra de Malvinas, a que la dictadura revisara mi situación.
La guerra terminó y el fin de la dictadura estaba próximo: hacia fines de octubre del 82 me hicieron firmar la libertad vigilada donde me otorgaban un radio de 20 cuadras en torno a mi domicilio para moverme y poder trabajar, bajo vigilancia efectiva de la policía de la provincia. La ansiada salida de la cárcel se hizo efectiva el 28 de noviembre.
La salida de la cárcel y las primeras horas en libertad fueron de aprendizaje rápido después de ocho años y medio de encierro: haciendo contraseguimiento y descolgándonos del colectivo en el centro de la ciudad de La Plata, cuando nos dirigíamos con un compañero a pasar la noche en un departamento que nos prestaron unos viejos militantes autoexiliados de su provincia y que tuvieron la enorme actitud solidaria de darnos cobijo. A la mañana siguiente encaré el segundo tramo: viajé en tren a Constitución, me tomé un micro hasta Plaza Once, fuí en subte a Retiro, para seguir en tren hasta Villa Adelina, donde estaba la casa de mi vieja -que había fallecido a comienzo del año 81-. Tuve suerte y un par de sobrevivientes de mi primer grupo juvenil me consiguieron ropa y trabajo.
Antes de obtener la libertad total estuve detenido dos veces más por escaparme y vivir en la clandestinidad por seguridad. La primera vez que me detuvieron fue en el barrio de la Boca, donde vivía con unos amigos anarquistas, editores de La Protesta y miembros de la FORA. La segunda fue al salir de un cine de la calle Corrientes, acompañado por un vasco exiliado en Norteamérica, que militaba en Amnistía Internacional y había venido a contactarme. El asesinato ese año de Pereyra Rossi y el viejo Cambiaso -a quien conocía de la cárcel de la Plata-, justificaban largamente mi pase a la clandestinidad.
Fui a votar en las elecciones de octubre del 83 y pude ver a los más ancianos prepotear a los milicos para que abrieran los espacios de votación. El miedo a que me detuvieran, me hizo esperar pacientemente, sabiendo que el clima de rebelión que animaba a los electores me protegería de una posible detención. Esa noche con un grupo de compañeros, salimos a festejar el fin de la dictadura y nos cruzamos, en la puerta del hotel Savoy, con el Pato Piumato -con el que habíamos compartido el último tramo de cárcel-. Piumato festejaba el triunfo del peronismo, no había manera de convencerlo de que aparentemente habíamos perdido.
La libertad total me la notificaron en la comisaría de Villa Adelina. En ésta comisaría trabajaba un sargento viejo que era padre de un pibe que había ido a la escuela primaria conmigo. De adolescente me había detenido un par de veces, pero durante el tiempo de mi libertad vigilada me avisaba al teléfono de una prima de mi abuela cuando me andaban buscando y la inteligencia de la policía de la provincia se movía. La enorme ayuda de éste viejo cana peronista me permitió mejor sobrellevar el tiempo de semi-clandestinidad hasta el fin de la dictadura.
"Si grito, soy gaucho alza'o, si no, ya soy peón pa' todo”, fragmento del MARTÍN FIERRO de José Hernández.